Julien tomó a Lacey de la mano y la condujo hasta el borde del acantilado y se sentó. Ella se quedó allí, mirándolo. Una comisura de sus labios se curvó en su sonrisa sexy mientras palmeaba la suave hierba a su lado, levantando una ceja.
—Siéntate. Te prometo que no muerdo.
Pero su ser lobo deseaba que lo hiciera. Lacey se burló, incapaz de creer que su ser lobo la hubiera traicionado de esa manera. Pero ella se sentó a su lado y miró hacia el horizonte a las coloridas montañas, iluminadas por la brillante luz del sol.
A pesar de que se estaba poniendo fresco, no le molestaba a Lacey. El clima nunca la molestó, desde que se convirtió.
—Es maravilloso.
Julien asintió.
—Sí lo es. —Contempló las montañas, que se elevaban majestuosamente en el horizonte, verdes y exuberantes—. Ojalá pudiera correr libre en las montañas para siempre.
—Sí, yo también. —Ella pensó por un momento y luego preguntó, en voz baja—: ¿Qué querías decirme?
Julián suspiró.