Con la llama ardiente y vivaz de la imaginación que iluminaba la oscuridad de la noche serena, tan solo un conjunto de colores vibrantes y un lápiz de trazos firmes y seguros fueron suficientes para dar vida y forma al primer ser en este lugar vacío y desolado: Rory. A los ojos de cualquier observador casual, solo parecía un dibujo más; un conjunto de líneas y colores en un papel. Pero yo sabía que era mucho más que eso. Le di una conciencia, una capacidad para percibir y comprender el mundo a su alrededor.
Le otorgué una apariencia única y distintos sentidos para interactuar con su entorno, para percibir y aprender de él. Pero no me detuve allí, también le impregné de sentimientos, para que pudiera experimentar la alegría y el gozo, pero también el dolor y la tristeza. Era una dualidad necesaria, para entender la plenitud de la existencia.
Le agregué unos pequeños cuernos en su cabeza, un detalle peculiar que se convirtió en el recipiente de fuego, el cual podía expandirse por su cuerpo sin causarle daño alguno. Sus ojos, tan profundos y oscuros como la noche misma, fueron creados para tener inmunidad ante las luces fuertes, y una cola larga y flexible que terminaba en un corazón caricaturesco, añadía un toque de encanto a su figura.
Finalmente, después de darle forma y dotarlo de conciencia, sentimientos, y habilidades, le proporcioné lo más importante: su alma. Una chispa de vida que lo convertiría en un ser único y lleno de posibilidades infinitas.
Lo dejé en lo que sería su nuevo hogar, un mundo completamente desconocido para él. Las horas pasaron lentamente, como si el tiempo quisiera darle la bienvenida a este recién creado. El sol comenzó a aparecer en el horizonte, su luz se intensificó gradualmente, bañando todo a su paso con un resplandor cálido y acogedor. De repente, este nuevo ser abrió sus ojos, parpadeando ante la intensidad de la luz. Bostezó perezosamente, estiró sus extremidades y comenzó a mirar a su alrededor con asombro y curiosidad. No podía comprender del todo el propósito de su existencia ni por qué había sido creado, pero de alguna manera logró discernir dónde se encontraba: se hallaba en medio de una isla vasta y aparentemente desierta. Con un sentido de aventura naciente, decidió que lo mejor sería explorar esta misteriosa isla, en un esfuerzo por descubrir el nuevo lugar.
En el transcurso de su travesía, Rory se topó con una diversidad asombrosa de seres vivos y plantas exóticas, así como también con fascinantes estructuras, todas ellas salidas de la mano y la imaginación de la misma persona que le había dado vida. En medio de este panorama, algo captó su atención: una pequeña y encantadora casa de madera.
Al acercarse cuidadosamente, Rory pudo observar que la casa parecía deshabitada. Un sentimiento de curiosidad le invadió, preguntándose quién habría podido estar allí antes de su llegada. La casa, aunque pequeña, estaba bien equipada: tenía una cama hecha de hojas frescas con una manta suave y una pequeña esfera de energía de un blanco resplandeciente que iluminaba el espacio con una luz acogedora.
El entorno de la casa era igualmente acogedor. A su alrededor, varios árboles frutales extendían sus ramas cargadas de frutos, y no muy lejos se podía escuchar el sonido relajante de una cascada. Rory se dio cuenta de que, en medio de su viaje, había encontrado un lugar cálido, seguro y lleno de vida donde podía descansar y resguardarse, al menos por un tiempo.
En los días que siguieron tras su llegada a la isla, Rory se dedicó a explorar cada rincón de este lugar desconocido, con la esperanza de encontrar respuestas a las innumerables preguntas que rondaban su mente. Ya había descubierto, por casualidad, que tenía la habilidad de crear fuego y moverse a una gran velocidad . Pero también se había dado cuenta de la necesidad de controlarse, de no dejarse llevar por las emociones y utilizar de forma equivocada su recién descubierto poder.
Después de un largo y agotador día de búsqueda, de recorrer senderos desconocidos y bosques densos, Rory volvió a la casa que ahora llamaba hogar. Al abrir la puerta, un escalofrío recorrió su cuerpo, un recuerdo de la soledad y desolación que sentía. El cansancio se hizo presente en cada fibra de su cuerpo, y sin pensarlo dos veces, se dejó caer en la cama, ansiando el descanso que tanto necesitaba.
A pesar de que su cuerpo emanaba calor, fruto de su habilidad de crear fuego, y de que estaba cubierto por una cobija, sentía frío. Un frío que iba más allá de lo físico, que calaba hasta los huesos y parecía congelar su corazón. Sin embargo, conforme pasaban las horas, esta sensación desapareció y fue reemplazada por un sueño profundo y reparador, el cual le permitió olvidar, al menos por un tiempo, todas las preocupaciones y misterios que lo rodeaban.
Al amanecer del día siguiente, se despertó y notó con cierta sorpresa que todavía estaba completamente solo. No había llegado nadie durante la noche, no había señales de vida en los alrededores. Esto le llenó de alegría, porque entendió que la casa en la que se encontraba no estaba reclamada por nadie más. Con una renovada energía y un espíritu de aventura, decidió aventurarse fuera para descubrir y poner a prueba sus habilidades en este entorno desconocido. Cuando volvía a lo que ahora consideraba su hogar, decidió recoger algunos troncos que encontró en el camino para encender una fogata más tarde. Una vez de vuelta en casa, se dedicó a decorar y personalizar el lugar, poniendo su propio toque personal en cada rincón. Mientras lo hacía, se sintió satisfecho y pensativo, creyendo que finalmente había encontrado un lugar al que podría llamar hogar.
Durante varios días, me encontré fascinado y distraído observando a Rory. Se destacaba por su habilidad de agarrar objetos de considerable peso con aparente facilidad, transportándolos de un lugar a otro con el objetivo de construir una resortera gigante. Era una tarea monumental que realizaba con una dedicación admirable.
En un momento dado, Rory miró hacia el mar. La extensión azul se extendía hasta donde alcanzaba la vista, pero, curiosamente, no se aventuró a entrar. Me llevó a imaginarme que Rory probablemente no sabía nadar, una suposición respaldada por su falta de intento de sumergirse en las profundidades marinas.
Cuando el hambre parecía morderle el estómago, buscaba frutas entre los árboles cercanos. Cada vez que encontraba algo comestible, se lo comía con un visible sentido de alegría y satisfacción. Era extraño y, a la vez, fascinante ver todas las cosas que hacía en unos pocos días.
Traté de interactuar con él, sin embargo, parecía no notar mi presencia. Cada intento de comunicación parecía ser ignorado, hasta que decidí hacer un contacto físico más directo e intenté agarrarlo. En respuesta, trató de liberarse de mi agarre, lo que me llevó a soltarlo.
Rory cayó al suelo, se levantó, se sacudió la arena de sus ropas y continuó con sus actividades como si nada hubiera pasado. Me impresionó su resistencia, demostrada por su capacidad para recuperarse rápidamente de la caída desde la altura a la que lo había soltado.
Intenté una vez más hablar con él, pero la única respuesta que obtuve fue una mirada desconcertada. Esa mirada fue suficiente para hacerme entender que Rory no puede verme.
Al final de un largo día, cuando el silencio nocturno se había asentado y él ya estaba sumido en un sueño profundo, lo agarré con cuidado, asegurándome de no apretarlo demasiado. En un intento tenso y cuidadoso, traté de moverlo y, para mi alivio, funcionó. Cuando lo levanté, los párpados de sus ojos se abrieron de golpe, parecía confundido y asustado. Suavemente, lo bajé y lo acurruqué de nuevo en la cama. Tras eso, el pequeño continuó durmiendo apaciblemente como si nada hubiera pasado, sin la menor sospecha del incidente nocturno.
Al amanecer del día siguiente, mientras reunía sus escasos recursos para llevar a cabo sus actividades cotidianas, noté que a menudo se tropezaba o chocaba con los objetos que le rodeaban. Algunas veces, en un acto reflejo, logré agarrarlo justo a tiempo para evitar que se lastimara, pero en otras ocasiones no tuve tanta suerte. A pesar de estos pequeños incidentes, no parecía sufrir demasiado dolor, lo que me daba un cierto consuelo. Sin embargo, decidí que debía ser aún más cauteloso con él, para evitar que sufriera algún daño innecesario. Cuidarlo se convirtió en mi prioridad máxima y prometí protegerlo de cualquier peligro que pudiera acecharlo.
Después de pasar unos días estudiando su comportamiento, ya había logrado dominar el arte de evitar que se lastimara al caer o al moverlo de un lado a otro. Me había acostumbrado a seruna especie de entidad invisible. Llegué al punto de ser tan sigiloso y rápido en mis acciones que casi parecía como si tuviera la habilidad de teletransportarse.
Para que mi presencia no fuera tan extraña y desconocida para él, decidí hacer algo creativo. Tomé una hoja de papel y dibujé en ella una representación de mi mano. Luego, combine este dibujo con mi mano real, creando una especie de conexión entre el mundo físico y el papel. Con esta mano dibujada, le saludé de una manera amigable.
Para mi sorpresa, se acostumbró rápidamente a mi presencia. Fue como si comprendiera que estaba allí para ayudarlo y protegerlo, y no para causarle daño.
A medida que el tiempo pasaba inexorablemente, Rory comenzó a encontrar su existencia cada vez más monótona. No había nada nuevo o emocionante que hacer, y se sentía cada vez más aislado y solo en su rutina diaria. Sus actividades se redujeron gradualmente y solía pasar largos períodos de tiempo en un estado de ensoñación, mirando fijamente a un punto muerto sin estar plenamente consciente del mundo que le rodeaba. Fue en este escenario que decidí introducir a Rory a algunos de los entretenidos juegos que había aprendido en mi juventud. Al principio, tenía ciertas dudas sobre si le gustarían o no, pero después de un par de intentos, se entusiasmó con cada uno de ellos. No sólo jugábamos estos juegos, también le mostré algunos trucos ingeniosos con mis manos que parecían fascinarle. Estas nuevas actividades le dieron una nueva chispa de alegría y parecía disfrutar aún más de mi compañía en este lugar que antes parecía tan desolado y vacío.