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Chapter 4 - Capítulo 2: Corre (2)

¿? De ¿¿¿??? De ¿¿??

Día 2

Abro los ojos, el techo de la oficina es lo primero que veo, lo de ayer no fue un sueño, la pesadilla que estoy viviendo es real. No creo haber dormido mucho, afuera el sol apenas parece estar por salir, iluminando levemente el cielo.

Me levanto en silencio y le doy una mirada al lugar, la estantería llena de libros llama mi atención, no obstante, al ver que todos son relacionados a finanzas y contabilidad pierdo esperanza, no creo que estudiar estados financieros sea de mucha utilidad.

—Nada interesante, ¿Cierto? —pregunta Santiago quien parece haber despertado.

—Perdón, intente no hacer mucho ruido.

—Está bien… no suelo dormir mucho de todos modos… —se levanta pero se ve un poco incómodo y evita el contacto visual conmigo—, por cierto, Marco, perdón por lo de ayer, me comporte… como un idiota.

—Hay demasiadas cosas que asimilar y la mitad de ellas no las entendemos, asi que no te preocupes, los tres estamos al límite.

Terminada nuestra corta charla continuo inspeccionando el lugar en busca de algo que me pudiera servir para defenderme. No creo que pueda usar algo como la maza de Rubén, pero cualquier cosa me ayudaría a sentirme más seguro.

Hay un pequeño busto metálico de una persona que no reconozco, se ve bastante duro y es de un tamaño adecuado para sostenerlo con solo una mano sin dificultad.

No obstante, un repentino rugido me hace saltar del susto, pero al voltear al origen solo veo a Rubén bostezando y estirándose.

—No nos espantes asi… —le pido mientras intento recuperar la compostura y veo a Santiago en las mismas.

—Oh, perdón Marcos —se ríe medio dormido.

—Ya que estamos los tres despiertos y está amaneciendo, ¿Cuál es el plan? —pregunta Santiago.

—Primero… hay algo nuevo que tengo que contarles… —digo nervioso a sabiendas de que hablar de un dios que me visita en mis sueños me hace parecer un loco—, en la noche volví a ver a este ser que les comente, Adler.

—¿Que? —pregunta Santiago— ¿Cómo?

—En mi sueños, siempre se aparece en ellos… y si, sé que solo lo hace más difícil de creer, pero el punto es que ayer lo volví a ver y… me soltó una bomba de información.

—¿Qué dijo? —pregunta Rubén con interés.

—Dijo mucho y a la vez poco, nunca es claro.

—Eso no importa, rápido, ¿Qué te dijo? —insiste Rubén quien se ve emocionado por saber más del tema, por otro lado, Santiago intenta disimular su aversión, quizá aún no está convencido de esto de los dioses… y no puedo culparlo.

—Según él… esto fue un intento de aniquilar a la humanidad por parte de seres divinos, solo ligeramente detenido por una facción de ellos que estaba en contra de su líder… Guía o Gaia…

—Gaia —aclara Santiago claramente dudando de mis palabras—, la diosa de la creación, de la tierra, es algo así como la diosa primigenia que dio forma a todo.

—Según Adler esta diosa está inconforme con los humanos, con lo que nos hemos convertido, que somos una plaga, etcétera; por eso decidió acabar con todos.

—¿Algo así como en la historia del arca de Noé? —pregunta Rubén dando un ejemplo que como es usual, suena un poco tonto pero simplifica muy bien las cosas—, si es así, quiere decir que en algún lado hay alguien con un barco que nos salvara … ¿No?

—Entonces esto… ¿Está pasando en todo el mundo? —pregunta Santiago ignorando la pregunta de Rubén.

—Por lo que él dijo… asi parece —respondo con un poco de desanimo al caer en cuenta de que si eso es cierto, no existe ningún lugar seguro.

—¿No hay arca de Noe? —pregunta Rubén nuevamente pero con un tono más decepcionado.

—No y al final estamos en donde mismo —le responde Santiago cabizbajo—, no importa si lo de los dioses es real, no cambia que estamos atascados aquí sin esperanza.

—¡Eso no es cierto! —exclama Rubén poniéndose de pie—, no todo está perdido, como mínimo tenemos a un par de dioses de nuestro lado. Si hicieron un esfuerzo en salvarnos y no se han rendido es porque hay esperanza, capaz y si existe un arca en algún lado.

Su optimismo roza la idiotez, pero es reconfortante.

—Entonces esa arca es nuestra mejor esperanza y es un mejor objetivo que solo encerrarnos aquí esperando a que se solucione solo —le contesto intentando imitar su positivad.

—Y si los tres nos mantenemos juntos seremos imparables, con la inteligencia de Santiago, los poderes divinos de Marcos y mi fuerza bruta podremos hacerles frente a esos zombis.

—No es como si mis "habilidades" fueran muy útiles, realmente no omití detalles sobre ellos, hasta donde se solo me permiten hacer cosas como leer rápido o aprender cosas con facilidad.

—Le encontraremos un uso hermano —me reconforta con unas palmadas en la espalda demasiado fuertes—, por ahora un buen objetivo es ir al segundo piso ¿No creen?

Santiago y yo asentimos con poco ánimo, no suena como el plan más esperanzador pero tenemos que empezar por algo.

 

Por el agujero en el techo de la sala contigua es posible subir si usamos el escritorio de la oficina como escalón. Ahora que lo pienso hubiera sido mejor sacarlo ayer para tener más espacio donde dormir.

 Una vez que logramos llevarlo al lugar correcto Rubén es el primero en ir al segundo piso, es el único capaz de hacerlo por sí solo, ni yo ni Santiago tenemos la altura o la fuerza para ello, aunque siendo honesto, mi mayor preocupación es que el techo se termine de caer al intentarlo.

—Pásenme mi maza —nos pide estirando su mano, a lo que con mucha dificultad le acercamos el mango. Esa cosa es pesada—, ahora uno de ustedes salte y deme la mano.

Santiago sube con su ayuda, luego, cuando es mi turno le doy el busto metálico antes que nada, en respuesta me mira extrañado mientras le hace gracia mi "arma", no lo culpo, es patética y ni siquiera creo que sea muy útil.

Doy un salto, tomo su mano y rápidamente logro sujetarme de la orilla, aunque solo con su ayuda es que logro subir por completo.

—Si les soy sincero no estaba seguro si el techo nos aguantaría o se terminaría de caer —se ríe Rubén mientras se limpia el polvo, parece que yo no era el único pensando en ello.

—Si es que hay máquinas expendedoras deben estar al fondo —nos indica Santiago.

El lugar debe estar despejado, hubiéramos notado los pesados pasos de esas cosas, aun asi, avanzamos con cuidado y en silencio.

—Alguien se nos adelantó… —dice Rubén decepcionado al ver la máquina vacía y rodeada de los cristales que alguna vez le sirvieron de vitrina.

—Pero eso quiere decir que alguien estuvo por aquí —susurra Santiago volteando a todos lados—, y podría no haberse ido…

—Esas serian buena noticias ¿No? —exclama Rubén animado.

—No necesariamente —le respondo en voz baja señalándole que sea discreto—, la idea de "compartir" no es la más atractiva en tiempos difíciles… aunque, creo que es improbable que una persona siga por aquí.

—¿Quieres tomar el riesgo? —me cuestiona Santiago a lo que solo me quedo callado, creo que la respuesta es obvia.

Sin dejar la cautela, revisamos las pocas oficinas y salas que quedan en pie, las cuales, a diferencia de las de abajo, muestran señas de que alguien paso por aquí, desde puertas forzadas hasta basura desperdigada por doquier.

La última puerta del pasillo, al lado de un ventanal abierto, es la única en buen estado. Nos quedamos quietos observándola, probablemente los tres estamos pensando lo mismo.

—Esa puerta debe ser especial, quien sea que estuvo aquí parece que no pudo con ella —dice Rubén demostrándome lo contrario.

—O era el lugar que usaba de refugio y que por tanto se abstuvo de romper en pos de poder estar más seguro en el interior —lo corrige Santiago diciendo lo que yo también tenía en mente.

—Oh, eso es… estúpido —responde confundido.

—¿Necesitas que te recuerde que también le pusimos seguro a la puerta de abajo? —le pregunto mientras camino hacia ella para intentar abrirla… en vano.

—Esta… ¿Cerrada? —Santiago traga saliva al preguntarme mientras un sudor frio corre por mi mejilla.

—Solo tirémosla abajo —nuevamente, Rubén no entiende la situación.

—A menos de que tengas las llaves… estas puertas solo se cierran por dentro… —le explico tras lo que su expresión refleja un atisbo de miedo por primera vez.

Rubén se acerca con pasos sigilosos a la puerta hasta estar justo enfrente.

—¿¡Hay alguien ahí!? —grita Rubén mientras golpea la puerta crispándonos los nervios a mí y a Santiago por igual.

—¿¡Que rayos estás haciendo!? —le reclama intentando no subir la voz.

—Si se esconde es porque tiene miedo, no nos atacara.

—Rubén, el miedo no hace a las personas inofensivas, las hace peligrosas —refuto apoyando a Santiago.

—Somos tres contra uno —responde mientras vuelve a golpear a la puerta—, ¡Si hay alguien ahí no tienes que temer! ¡No buscamos problemas! Quizá podamos ayudarte.

—¿De qué hablas? —le susurra Santiago muy nervioso—, "mas" no es mejor, ni siquiera tenemos comida ni…

—Confía en mi Tiago, las manadas tienen más probabilidades de sobrevivir que los animales solitarios.

—Tiene un punto —respondo esta vez en apoyo de Rubén… aunque no se si algo asi realmente aplique en esta situación.

—Las manadas tienen más chances de sobrevivir, pero no en tiempos de crisis y de escases de comida —replica irritado entre murmullos.

—No sé ni porque seguimos susurrando —exclamo cansado—, si hay alguien ahí ya sabe de nosotros y si no lo hay, entonces estamos actuando como desquiciados.

—Solo hay una forma averiguarlo —repone Rubén tomando su maza con fuerza y golpeando la perilla.

La puerta se abre de golpe azotándose contra la pared, lo primero que vemos son bastantes cajas apiladas con todo tipo de cosas, uniformes escolares, cables, lámparas e incluso lo que parece una soga improvisada hecha de cortinas, manteles y demás cosas… pero algo escalofriante se roba por completo nuestra atención.

Recargado contra la pared y sobre una pila de ropa se encuentra una especie de maniquí de piedra.

 Nuestra primera reacción es paralizarnos por el miedo por la evidente similitud con esas cosas de allá afuera, sin embargo, las diferencias se hacen notar rápidamente: sus bordes son suaves, no tiene nada parecido a articulaciones, colmillos o garras, y sobre todo, está completamente inmóvil.

—¿Pero qué carajos es eso…? —pregunta Rubén desconcertado al entrar.

—No te le acerques… —Santiago lo intenta detener con la voz temblorosa.

—Parece una estatua, es rígido y muy duro —dice mientras lo inspecciona… demasiado de cerca—, aunque se parece en el exterior no creo que sea un zombi de esos.

—Si no es una de esas cosas ¿Que es…? —pregunta Santiago con angustia al verlo darle golpecitos.

—No lo sé, quizá sea un amigo imaginario —dice Rubén en tono serio—, como en "Naufrago".

—O quizá es quien vivía aquí… —murmura Santiago causando que un escalofrió recorra mi espalda.

—Hay algo bajo su mano —Rubén se inclina y con un poco de dificultad saca un pequeño cuaderno de pasta dura y de color azul que no dudar en abrir al instante—, parece un diario.

—Podría sernos útil… —Santiago, cuya curiosidad parece haber superado su miedo, se le acerca buscando darle un vistazo—, se asemeja más a una… bitácora…

—Si tiene fechas podría sernos útil —le comento mientras yo curioseo entre las cajas.

—La última anotación es de… Septiembre… —con esa última palabra sepulta el lugar en silencio—, estábamos en junio… por lo que si esto es correcto… como mínimo han pasado tres meses… estuvimos inconscientes… por tres meses…

—Eso es… más de lo que pensaba, mucho tiempo para pasar sin nada de comida o agua… —digo desconcertado.

—Tú mismo lo dijiste… esto está más allá de nuestra comprensión, solo intervención divina explicaría como entramos en un estado de… hibernación o petrificación por tanto tiempo — añade Santiago aceptando poco a poco lo que les había dicho.

—¿Quiere decir que esta es una persona? ¿Podría volver a despertar? —pregunta Rubén pese a que claramente no tenemos la respuesta—, ya saben, si nosotros estuvimos hechos piedra durante tanto y despertamos… puede que esta persona se recupere.

—Podría ser… pero también podría quedarse asi para siempre —responde Santiago pensativo—, quizá no desarrolló inmunidad… o quizá es diferente a lo que nos pasó a nosotros, después de todo fue la explosión la parece haber sido la causa y en esta persona… quien sabe…

—Oye… ¿Puedo verlo? —interrumpo a Santiago señalando el diario que tiene entre manos—, creo poder leerlo en pocos minutos e irles diciendo lo más importante.

—Excelente idea Marcos —contesta Rubén con ánimo—, te dije que podríamos encontrarle utilidad a tu habilidad, encárgate de eso mientras yo y Tiago le echamos un ojo a todas esas cajas, como mínimo debe haber un par de cosas útiles.

Santiago me cede el libro con un poco de recelo, quizá quería ser él quien lo leyera. Abro el diario, o mejor dicho bitácora, pese a ser pequeño tiene una absurda cantidad de hojas, todas son bastante delgadas y frágiles por lo que algunas no están en muy buen estado, pero para nuestra suerte, lo suficiente para ser legibles:

 "BITACORA – 29/JUN/21 — Mi nombre es Manuel Martínez…"