Lin Dong no se fue y esperó donde estaba por la llegada de Yagyu Ittovine.
El tiempo es como arena fina, que se escapa del agarre, que se desliza entre los dedos, y diez minutos pasaron en un instante.
Para ese momento, Yagyu Ittovine ya había llegado a un bosque de bambú frente a la tumba caótica.
El bosque de bambú se meció sin viento, y las hojas cayeron en abundancia.
Lin Dong miró hacia aquel bosque de bambú, su Espada de Durazno en mano temblaba más intensamente.
—¿Es quien viene el gran espadachín del País Yinghua, Yagyu Ittovine? —La voz de Lin Dong resonó en el aire, llegando al otro lado.
Del bosque de bambú, emergió un hombre vestido con el uniforme de guerrero gris del País Yinghua, alguien que parecía tener unos cincuenta años y era corpulento.
En su espalda, llevaba una espada envuelta en tela negra; aunque la espada estaba enfundada, se podía sentir la escalofriante intención asesina que emanaba desde dentro.
Avanzó un paso, su voz fría dijo:
