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La Marca del Loco: Routhe Risk

MichaelManley
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Synopsis
Los sacerdotes dicen que, tras un periodo de paz, viene una era de calamidad, donde la voracidad consume a todos; hasta los más sólidos se vuelven frágiles, y la ambición se convierte en el látigo de la existencia. Un ser sin lugar en esta vida que reside en la ciudad de Delde, considerada tierra sin señor en la nación de Harrefort, bajo el mandato del Rey Archibald H. Vermont, una eminencia alejada de la cotidianidad de un muerto en vida como él. A pesar de su reluctancia, es en este rincón olvidado donde germinará el fulgor de su inminente odisea en pos de la verdad y la ansiada venganza. Deberá afrontar las consecuencias de sus decisiones en un mundillo al que no quería inmiscuirse y finalmente, encontrarse a sí mismo o con su muerte. ¿Quién es Routhe Risk?

Table of contents

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Chapter 1 - Palabras Distantes.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«La ventisca arrullaba mis oídos, sumiéndome en un estado de desconexión del mundo circundante. Estoy perdido en más de un sentido: del camino que se había desvanecido desde hace ya tiempo, del espectro de lo moral, en la sombra de mi identidad, de mi ausente propósito. Todo, emergía al mezclarse en un eco, a una pregunta que sale de mis labios.» 

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«¿Quién soy?».

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El suelo se despliega ante sus ojos como una interminable extensión de hielo, una vasta llanura de cristal que se extiende hasta los confines de ese espacio que aparenta ser infinito. Cada paso es más desafiante que el anterior, contra la superficie resbaladiza y la gruesa capa de nieve recién caída que lo cubre todo, advirtiendo a Routhe con dejarlo caer en cualquier momento. El crujido de sus pasos se mezcla con el silencio helado del ambiente, creando una atmósfera desoladora.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El entorno es un mar de oscuridad, una pantalla negra que envuelve al joven de aspecto deplorable en su camino sin rumbo fijo, sin la intención de llegar a algún sitio, sin propósito, solo avanzar con el peso a sus hombros. Aunque apenas puede ver más allá de siete pies frente a él, un brillo extraño parece emanar del suelo y ofrecerle un atisbo de orientación en su camino.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Se adentra en este mundo de hielo y nieve, la sensación de su cuerpo al experimentar el ambiente… es extraña. ¿Nada? ¿Esa era la palabra correcta para describirla? Era tal si fuera ajeno a las consecuencias de su entorno, algo irreal. Tampoco era que su ropa fuese especial, iba con su bufanda favorita ondeando al viento y el abrigo que le arropa, otorgado por un noble cuya identidad ha olvidado, eso le resultaba curioso, extraño, ¿Quién? Solo le parecía recordar que quien se lo otorgó fue un Noble.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Sacó su teléfono celular e intentó encenderlo. «Está muerto», pensó, hasta que la pantalla cobró vida justo antes de devolverlo a su bolsa; aun así, la respuesta a su toque era inexistente, le daba la sensación de que portaba conciencia propia y lo único que quería mostrarle era su fondo de pantalla.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Se dejó guiar por la luz y el crepitar de la nieve bajo sus pies. Finalmente, su ruta le lleva a una silla de madera y una mesa metálica, ¿Qué hacen ahí, en medio de la nada? Un espejismo en medio de la blancura que tomó con total normalidad. Se detiene, respira profundo. Se sienta, desorientado, apesarado e invadido por un sentimiento gris que logra hacerlo arrugar el rostro. Entonces, escucha la voz de su madre resonar a su oído.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«Tan joven, tan inexperto, tan… inocente, por todo aquello, tu visión se limita a tu hogar, siendo así ¿Por qué te alejas? Aquí estás seguro. El mundo no está listo para ti y tú no estás preparado para el mundo, así que, no te alejes… Routhe».

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Eso piensa tu madre —dijo una voz escondida en las sombras—. Tiene miedo de que tu peculiar forma de ser te lleve a la muerte ¿Lo sabías? A pesar de todos sus esfuerzos, ella sigue temiendo por su hijo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Claro que lo sé —reafirmó Routhe, inseguro—. No soy un despistado, al menos, no todo el tiempo. Sería un despojo de ser humano si no me lo repito todos los días, todas las noches. Siempre.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Es curioso que te lo recuerde. Ahora bien, explícame algo, ¿Por qué lo hiciste? —le preguntaron.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Bajo la pálida luz que en exclusiva lo iluminaba a él. Los segundos se hacían eternos, mientras su mente se debatía entre la reflexión turbulenta e incierta. Tragó saliva con fuerza, cerrando los ojos y negando con la cabeza; sumido en su propio abismo introspectivo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―¿Por qué lo hiciste? —repitió el desconocido.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Con un gesto forzado de los labios, esbozó una sonrisa que denotaba un desgarre emocional. Mantuvo su mirada fija en el suelo, incapaz de enfrentar a su interlocutor en la oscuridad. Era un cobarde, temeroso de pronunciar esas palabras frente a alguien más, pues se sentía indigno de hacerlo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Lo siento —saboreó su excusa con un asco en la lengua, el pensamiento de excusarse le parecía tan sucio—. Debía intentarlo, ser noble, como «ella» quería.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎La oscuridad lo envolvía por completo, impenetrable e indescifrable, sin poder determinar su ubicación en el espacio, pero, aun así, el sentimiento de pertenencia lo embargaba. En el centro de la luz: contemplaba la mesa frente a él, Routhe se silenció con una mirada recargada en una amalgama de emociones difíciles de descifrar. ¿Qué había hecho?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Ambos sabemos que no era necesario, vamos, puedes ser honesto conmigo. —La voz expresaba sarcasmo, de todas formas, estaba al tanto del contexto, razón y consecuencias de sus actos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Mentir… es innecesario, ¿Por qué lo haría?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Para empezar, ni siquiera sabes del lugar en el que te encuentras ahora. Lo veo en tus ojos, estás perdido, naturalmente, quiero decir; así que, necesito que seas consciente de ti mismo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Dónde… ¿Dónde estoy? —Cerró los ojos con fuerza, aturdido, se restriega el rostro buscando aclarar sus pensamientos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Haz memoria, fue un largo camino hasta aquí, y necesito que seas consciente de eso para seguir con lo que nos compete.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Sus párpados se elevaron como cortinas teatrales revelando un escenario. Escudriñó el entorno en penumbra, su mirada recorrió cada rincón antes de posarse en el suelo, parecía una delgada capa de hielo que dejaba ver las corrientes de agua que se desplazaban bajo sus pies. Una brisa gélida lo acarició, trayendo consigo los recuerdos, los acontecimientos que le condujeron a ese lugar. En las oscuras profundidades del lago, juraba ver escenas conocidas.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Eso es, no olvides el camino de errores que estás recorriendo, al menos, lo de hace un rato. —Aquellas palabras se volvieron distantes, el recuerdo de cómo llegó allí se impuso en su mente.

Routhe contemplaba, entre vistazos efímeros, el bosque que se alzaba ante sus ojos portaba una belleza impasible a su desesperación. Los altos robles que lo rodeaban eran gigantes, parecían retar al angustiado visitante a adentrarse en sus dominios.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El viento soplaba con violencia, azotando su rostro y haciendo que temblara de frío. Por cada paso y respiración que tomaba, dejaba escapar una nube de humo blanca, como si su esencia misma estuviera siendo devorada por el clima hostil. Estaba agitado, cansado, pero cada segundo contaba, y si uno solo era lo que necesitaba para tomar un respiro, prefería invertirlo en avanzar y llegar hasta la cabaña, su objetivo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Routhe no podía permitirse detener su carrera, no mientras es cazado por aquellas bestias esparcidas por el bosque. Detestaba sentirse al borde, los de su clase procuran alejarse de las situaciones de esta índole, peligro inminente. Él era un caso especial, tomaba decisiones difíciles que lo llevaban a momentos de riesgo sin importarle demás las consecuencias, solo si estaba seguro de no cruzar la línea, ya que es consciente de lo que es: un divergente.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Los arcanistas utilizan la autoridad que es la capacidad de alterar el orden natural del mundo, el efecto puede depender de la capacidad de cada uno, haciendo de los mandatos un poder codiciado. Routhe lo consideraba de un valor distinto, una maldición, al menos eso significaba para los de su clase, de usarla, supondría ponerse la soga al cuello.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Con cada zancada, sentía la presencia de sus perseguidores más cerca. Routhe no se amedrentaba, fijar su mente en sobrevivir era lo principal, así rebuscó una solución a su peligrosa situación y por más que lo hiciera, las opciones se reducían a una sola, la que temía, la que debía evitar a toda costa.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Una sensación cálida emergió de su pecho, de la marca bastarda, símbolo de su autoridad, al igual de su impotencia. Dándose una manotada en esa calidez, determinó que, si quería evitar el escenario al que se estaba dirigiendo, tendría que llegar a su objetivo fuera del bosque librándose de sus hostigadores.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—¡El lago! —se dijo—. ¡No debe estar muy lejos! —exclamó rogando que su brújula mental no le defraudara—. Ellos ya deben estar allí.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Sus piernas se movían con una velocidad propia de quien conoce los caminos de aquel bosque, mientras que su corazón latía a un ritmo frenético. El aire frío del invierno le quemaba los pulmones, lástima que le faltaban razones para detenerse.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Cada paso que daba producía un sonido amortiguado al chocar con la nieve. Detrás de él, podía escuchar los aullidos y graznidos de las bestias que lo perseguían. Routhe no los había avistado de cerca, de todas formas, fueron atraídos de distintos rincones del bosque en una noche nublada, así que los identificaba erróneamente como lobos, los cuales eran el mismo tipo de bestia propietaria de la sangre que manchaba su ropa.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎A medida que avanzaba, sentía sus ojos detrás de él: cuervos, observándolo con atención, listos para comunicar cada uno de sus movimientos. Esta sensación lo llenaba de ansiedad. Routhe era consciente de su presencia, podía percibir los ojos sin alma de las aves necrófagas que parecían disfrutar de su sufrimiento. Se confundían con la oscuridad, descendiendo en picado alternándose entre ellas para realizar sus respectivos ataques.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Eran utilizados con la intención de monitorear hasta el más simple movimiento y de ser posible, retrasarlo para el verdadero enemigo. Más adelante, en las ramas de los árboles, algunos cuervos se posaron a verlo con ojos curiosos, «Vas a morir» le decían «Morir, morir, morir» repetían, se estaba hartando de ellos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Logró divisar un pequeño grupo de piedras apiladas junto a una gran roca, aprovechó a deslizarse y tomar una piedra al azar, en un rápido movimiento de muñeca, llevó hacia atrás el puño, la lanzó como proyectil a uno de los cuervos, si bien lo había matado, terminó frustrado en un esfuerzo en vano, dado que otra ocupó el lugar del que había derribado.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Intentó contarlos, tanteaba que acechaban al menos unos siete cuervos. Su posición es revelada a través de sus ojos, y esta era comunicada a los perseguidores en tierra, resultaban ser perfectos vigías sirviendo a los cazadores, aquellos que ladraban y aullaban a la distancia.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎La mirada fatigada de Routhe se posó en un montículo de nieve acumulada junto a un tronco partido. Sin embargo, lo que realmente captó su atención no fue la apariencia del terreno, sino la corta pero empinada pendiente que lo seguía. Imaginó que sería un buen lugar para esconderse de las miradas que destellaban en la oscuridad, preparando una ofensiva momentánea.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Saltó sobre el montículo y se acuñó junto a los troncos que le sirvieron de escudo, ahí buscó debajo algunas piedras. Eran siete las aves negras que le hostigaban. Su vista viajó de un lado a otro localizando a tres de ellos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«No le bastaba con los lobos, también debía enviar a esas molestas cosas», se dijo antes de empezar a disparar con las piedras, eran del tamaño perfecto, cabían muy bien en su mano. Haciendo uso de su buena vista, más un mandato que reforzaba sus sentidos, logró atinarle al primero.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Las plumas descendieron con la nieve, el ave cayó inerte al suelo, muerto, pintando el manto blanco con ese color ennegrecido. El segundo apenas y lo tocó, rápido, esquivo, se habían vuelto inalcanzables, con suerte logró derribar a dos y herir a uno.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Maldijo la autoridad del dueño de esas bestias, arcontes, bien entrenados y domesticados, algo más peligroso que un arconte promedio, es uno que sigue las instrucciones de un ser humano. Condenó su suerte de divergente, las personas que lo orillaron a esa situación y a los lobos, los cuales ya habían ganado terreno. 

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Se levantó de su escondite, sabía que debía apresurarse y correr tan rápido como pudiera para recuperar la ventaja perdida. De entre las sombras apareció el primero de la jauría y, sin previo aviso, se abalanzó sobre Routhe, arrastrándolo hacia abajo por la pendiente, hasta llegar a lo que parecía la otra parte del tronco.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«¡Mi brazo!» gritó Routhe, sintiendo una rama lacerante perforarle el hombro. Sobreviviría, eso estaba claro, pero el lobo no tuvo tanta suerte. Fue empalado por una parte puntiaguda que sobresale del tronco, su grosor es suficiente para haberse clavado en su espalda y salir por el estómago. Al borde de la muerte, luchó con todo lo que tenía, tratando de morderlo con gran desesperación, cada dentellada le salpicó con una mezcla de sangre y baba, hasta que finalmente sucumbió.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎En su último aliento, demostró la capacidad del mandato que lo controlaba. Aunque estaba muriendo, intentó cumplir desesperadamente la orden de su amo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—A este paso, —jadeó aun atónito—, tendré que ignorar las advertencias de Williams y depender de la marca bastarda.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El muchacho observó con horror al cadáver, un aullido le sacó del trance. Routhe, ensangrentado y adolorido, corría con todas sus fuerzas, saltando sobre troncos caídos y esquivando ramas bajas. Su mente recayó en la angustia, no pudo evitar lamentarse por las decisiones que lo habían llevado a esa situación desesperada. Los cuervos seguían atacándolo con tal insistencia que le atrasaban más y más. Corrió con todas sus fuerzas, dejando incluso que algunos zarpazos cumplieran su cometido.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Finalmente, Routhe llegó al borde del bosque y se encontró con el lago congelado, el hielo se presentaba ante él con una sensación desoladora; una vasta extensión blanca que se perdía de vista en la nieve. Debía cruzarlo, la cuestión era ¿Es capaz de hacerlo sin caer presa del terreno o las fauces de la bestia? Miró a su alrededor, buscando alguna forma de evitar adentrarse en el peligroso hielo. 

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Me voy a arrepentir de esto, ¡Maldición! ¡Aún no han pasado ni veinticuatro horas! —Cerró los ojos con fuerza por un instante, rogando de que le llegase una alternativa.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Al otro lado del lago, la cabaña se erigía como su única oportunidad de salir vivo de esta. Routhe le ordenó a su marca bastarda y una voz susurró en su oído, en un tono tan incomprensible que decidió evitar analizarla.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Puedo hacerlo... —Se presionó el pecho—. Estoy bien... —Su pecho quemaba, tanto que deseaba arrancarse la piel—. ¡Estoy bien, maldita sea! —Esbozo una sonrisa y se carcajeó cuando todas las sensaciones se arremolinaban dentro suyo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Inhaló profundamente y, al exhalar, dejó escapar un humo oscuro que destellaba en tonos azules al manifestar su autoridad, su carne perdió calor al punto de perder la sensación; sea como fuere, su pecho al menos en ese punto, ¡Lo juraba! ¡Esa puede ser la mejor sensación que podría sentir en la vida!

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Tan cálido, un calor que escalaba en nivel conforme dejaba liberar su autoridad de la marca. En ese momento, su cuerpo se revitalizó y sus piernas adquirieron la autoridad necesaria para arriesgarse a cruzar el lago.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Con un suspiro, comenzó a correr sobre el frágil lago, aprovechando su agilidad sobrehumana para evitar caerse. El hielo crujía bajo sus pies mientras se deslizaba sobre la superficie resbaladiza. Vio por sobre su hombro a los arcontes que salían de distintos puntos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Los cuervos restantes anunciaban sin reparos su ubicación. "¡Mátenlo, mátenlo!" graznaban en un tono agudo e irritante, mientras sobrevolaban formando círculos. De repente, se abalanzaron en un frenético ataque, con sus afilados picos y garras golpeando como una lluvia de cuchillos, mientras buscaban puntos vitales con ferocidad.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎La jauría le pisaba los talones, su corazón estaba a poco de salir de su pecho. Fue rodeado en un gancho formado por los lobos, a su izquierda, derecha y detrás, los gruñidos y las dentelladas le ponían ansioso. A la distancia, avistó el humo de una cabaña en la orilla del lago, las ventanas desprendían luz, tan lejos, ahí estaba su salvación.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Se defendía mientras escapaba, un lobo se abalanzaba sobre él y Routhe lo apartaba al instante; entonces, escuchó el sonido ominoso de las grietas bajo sus pies. Sabía que estaba en peligro, pero no se podía permitir el detenerse. Era derribado, contraatacaba y avanzaba otro tramo. Logró aturdir a dos de ellos, cazando en el aire a dos de los cuervos con la intención de reventarlos entres sus manos, ahora que era libre de algunas ataduras, se volvieron nada más que pajarillos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Un lobo más saltó hacia él, pero Routhe lo esquivó con habilidad y le tomó del cuello. Su autoridad era problemática, le es difícil medirse con las personas y no causar un daño letal, ahora, no se enfrentaba a seres humanos, así que cuando envolvió sus brazos alrededor del cuello peludo, sintió cierta satisfacción al escucharlo crujir. La bestia cayó al suelo con la lengua de fuera y los ojos en blanco

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Después llegó otro, y otro más. Finalmente, sus esfuerzos dieron frutos al reducirlos a un solo lobo incansable, el más viejo y marcado por cicatrices debajo de su pelaje. De repente, el lobo saltó sobre él, derribándolo al suelo, aunque no sin antes perder una pata a manos de Routhe. Sin embargo, esto significó poco para la bestia, que ya lo tenía vulnerable en el hielo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Routhe luchó desesperadamente para detener las dentelladas del lobo, que intentaba arrancarle el rostro. Agarró la mandíbula del animal mientras este trataba de liberarse. Experimentó un pavor inmenso; todo sonido parecía opacarse en su cabeza. Los ladridos se aislaron, al igual que su propia voz, mientras el ambiente natural del lago predominaba en sus oídos.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎«El hielo no soportará tanto», pensó cuando el silencio sepulcral de la gran extensión congelada se vio interrumpido por el retumbar ominoso de la superficie, quebrándose, como si un gigante invisible estuviera destrozando el frágil manto de hielo. El crujido proveniente del suelo justo debajo de él: resonó en sus oídos tal si fuese una risa macabra.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Un inquietante escalofrió recorrió su piel, haciéndole sentir vulnerable ante las profundidades glaciales que intentaban engullirlo. Ambos cayeron en las aguas heladas, y Routhe perdió el conocimiento por el frío mientras se hundía en la oscuridad del lago.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Una alucinación, quizás un recuerdo, de la nada ya estaba ahí, pero si algo era seguro, es que esas palabras no eran lo que deseaba escuchar en aquel instante.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—Fue estúpido de tu parte, —dijo el otro—, un sin sentido, ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tanta insistencia en meterte donde no deberías?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Si no era yo… —respondió dubitativo—. ¿Quién si no yo? El remordimiento no me dejaría vivir tranquilo después… solo, debía hacerlo, tengo la capacidad después de todo, bastaba con algo tan simple como dejar de lado mi ineptitud ¿Cierto?... me convencí de eso.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎»Lo soy, ¿no?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El lugar se sumió en un silencio absoluto, solo interrumpido por una suave brisa que acarició los oídos de Routhe con un semblante que parecía esbozar una sonrisa, pero era más un gesto de resignación que de alegría. Estaba seguro de ser el último que no necesitaba oír aquellas palabras; era plenamente consciente de las consecuencias de sus acciones, lo que lo llevó a plantearse la siguiente pregunta.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Claro, Routhe, no existen otros como tú, o eso es lo que crees al parecer. Ayudaste, pero… ¿A qué costo?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Esta vez, no respondió de inmediato, el movimiento de sus ojos se convirtió en la única evidencia de que todavía estaba presente, meciéndose de un lado a otro mientras meditaba en su respuesta. Sus labios exhalaban un aliento visible debido a la baja temperatura, pronunciando con indiferencia palabras aparentemente irrelevantes, pero cargadas de frialdad.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Todo de mí… —respondió en un tono apesarado. La voz suspiró, sabía que diría eso y le hacía imposible el pensar que había una mínima posibilidad de tener otra respuesta de su parte

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―¿Sabes por qué?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎―Soy el sujeto con la peor fortuna caminando sobre la tierra ―declaró sin reparos. La voz suspiró, ya presentía que diría eso y le hacía imposible el creer que había una mínima posibilidad de tener una respuesta distinta de su parte—. Pero eso no significa nada, ¡Aun si el mundo cae en mis hombros, no me arrepiento!

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎La voz tardó en pronunciarse, generando la impresión de haberlo abandonado a su suerte. De repente, una carcajada resonó desde distintos lugares, sumiendo al muchacho en la confusión, dejó de sonarle como hace un momento, eran distintas voces, o cuando creía identificar el tono, pensó que era otro, y luego alguien más; en cualquier caso, la pregunta, se le hizo familiar, tanto así, que le causó una pequeña risa antes de responder.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—¿Quién eres… Routhe?

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎—No soy nadie…