―Mami, guarden bien esos boletos, ya escucharon a los agentes, ese es su pase para mañana―dijo Helena, apretando los boletos entre las manos de su madre.
―Sí, mi amor, pero mira a tu papá―
El señor estaba sentado en su corredor, con los puños apretados y la mirada perdida en su lote. Una furia silenciosa se reflejaba en su rostro, su orgullo herido por las palabras que escuchó hace unos momentos por un grupo de uniformados que llegaron por parte del gobierno.
―Papi, no hagas muinas que te hará daño―murmuró Helena, acercándose con cautela.
―Helena, lo siento, pero estas tierras son lo más valioso para mí. Tu abuelo luchó mucho por ellas, y no permitiré que una simple denuncia me las arrebate para que queden en el abandono.
―Yo me haré cargo de ellas, papá. Ya escuchaste lo que estipulo la FDA.
―No hay por qué hacer eso hija, mientras siga vivo, yo seré el guardián de esas tierras…En la tarde nos moveremos al búnker―declaró su papá observando a su familia.
―¡Pues te irás solo al búnker! ―gritó su madre al escucharlo―Matt y yo partiremos de aquí mañana―añadió, mostrando su molestia.
―No les estoy pidiendo que se queden ― murmuró el señor regordete, vacilando con su mirada.
―¡Ya basta, deja tus locuras a un lado!― su madre irrumpió con una voz que resonó en toda la casa―No ves que esto no se trata de terrenos, sino de la vida de millones de personas. A ellos no les importa deshacerse de una persona necia como tú. Entiendo eso, Leonardo. Nos iremos mañana de aquí, todos juntos lo haremos.
—Larguense de aquí entonces. No los necesito.
―Papá dejate de estupideces―era el turno de su hermano, animar a su padre―sabes que te amo y que siempre te he apoyado, en mi vida nunca se me habia venido a la cabeza abandonarte y dejarte atrás, pero cuando se trata de elegir entre mamá y tú, sabes que por nada en el mundo la dejaría, yo iria con ella, sin dudarlo. Pero ella te necesita papá, así que vendrás con nosotros te guste o no. O sino te llevaré a la fuerza si es necesario.—
Helena observó en silencio cómo su padre permanecía en quietud, su mirada cargada de conflicto y posiblemente dolor, aún no lo tenía claro. Pero después de escuchar lo que dijo ya no fue tan tolerante.
―Todos ustedes están locos. No entienden nada.
―No, tú eres el que está loco papá. Ya escuchaste, ellos ya no tendrán piedad. Si quieren, pueden incluso matarte. ¡Entiéndelo Carajo!―dijo llena de furia.
―¡Ya estoy muerto de todas maneras!
―No, señor. Ya viste las fotos. Vivirán en un recinto, sí, es en otro planeta. Pero créeme, no les harán daño.
―¿Por qué estás tan segura, Helena?
―Porque siento que así es, papá ― respondió con voz potente, manteniendo su visión intacta. Para ella, cuanto más creyera en esa posibilidad, más real se volvería. Siempre había visto las cosas de esa manera: la fe y la convicción podían moldear la realidad, al menos en cierta medida. Y en ese momento de incertidumbre, aferrarse a esa creencia era su única fuente de esperanza. Pero su padre no pensaba lo mismo, y esa divergencia de opiniones solo añadía más tensión al ambiente.
—Tonterias—Soltó el señor de forma aberrante.
―Viejo, debemos irnos, porque te quedarás solo. Te cuento, fui a buscar a tu compadre Lencho, a don Jeremías, a mi tío Félix, y nadie me abrió la puerta―comenzó Mett, con voz temblorosa reflejando la angustia que sentía.―Estos momentos tan cruciales son donde uno se da cuenta quién es tu familia y quiénes no son nada. Y papá, lo siento mucho pero no tienes a nadie. Solo nosotros, mamá, Helena y yo. Siempre hemos sido nosotros―concluyó casi rompiendo en llanto.—Por favor, tienes que acompañarnos.—
El señor Leonardo no hizo más que darle la espalda a su preocupada familia.
Entró a su casa en silencio y se encerró en su habitación. Ya nadie más lo molestó, quedando solo con sus pensamientos y emociones tumultuosas.
Helena, junto a su madre y su hermano, pasaron una tarde llena de incertidumbre. El temor crecía al ver la luz del día desaparecer frente a sus ojos. Salió de su casa con la angustiosa incógnita sobre el destino de su padre, resignándose a esperar hasta el día siguiente para conocer la respuesta.
Llegó exhausta al hogar de su pareja cósmica, el cansancio físico y mental la abrumaban. Jensen, sumergido en la calma de la noche frente a su consola de juegos, la recibió con una serenidad que ella envidió profundamente en ese momento.
—¿Cómo estás? —preguntó él después de pausar su juego, dirigiendo su atención hacia ella.
Helena dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo la tensión del día comenzaba a disiparse solo un poco al estar en su presencia. El poder del lazo cósmico era increíble, pero peligroso, eso ya lo tenía claro, por lo que se limitó a contestar, simplemente pasó de él y se dirigio a la cocina.
—Supe que la FDA llegó a tu casa. Podemos conversar si quieres—ofreció el, caminando junto a ella.
—Vaya, los chismes sí que corren muy rápido.
—¿Qué creías? Es un pueblo pequeño —agregó él con una sonrisa.
—¿Recuerdas lo que acordamos antes? ¿O es que ya se te olvidó?—comentó Helena antes de beber un vaso de agua.
—Que habláramos sólo cuando sea importante.
—Así es.—
El único ruido era el suave chapoteo del agua mientras Helena limpiaba el vaso. Jensen la observó, notando la rigidez en sus hombros y la forma en que su mandíbula se tensaba, señalando el estrés que intentaba ocultar.
—Bueno, esto parece importante para ti. Así que te escucho.—
Helena lo miró por un momento, indecisa. Sabía que su pareja cósmica solo quería ayudar, pero también sabía lo riesgoso que podía ser abrirse completamente.
—Voy a tomar un baño, después me iré a la cama y ya no me molestes por favor.
—¡Helena, espera! —Jensen la detuvo, sujetándola del brazo. Ella se volvió hacia él y, de manera brusca, se deshizo de su agarre.
—No vuelvas a tocarme, ¿entendido?
—Lo siento, pero si no quieres hablar sobre eso, entonces dime, de qué querías hablar ayer con... —Intentó continuar, antes de que Helena cerrara la puerta muy cerca de su cara, casi dejándolo sin dientes.
—¡Qué grosera! —escuchó Helena detrás de la puerta. Se tiró en la cama, deseando descansar un momento, pero el agotamiento físico y emocional fueron más fuertes que su ansiado y reconfortable baño.
La noche se volvió aún más sombría, acosada por pesadillas que giraban en torno a su familia debido a las palabras de su padre, y en medio de ese torbellino emocional, un sonido rompió el silencio: su teléfono. Al levantarlo, su corazón dio un vuelco al reconocer la llamada. Stanly estaba a punto de partir de la Tierra, y no lo volvería a ver dentro de cuatro dolorosos años…
—No llores más, mi amor. Por más que quiera que estemos juntos, no podemos, al menos no aún. Pero cuando llegue ese momento, te prometo que nunca más nos separaremos. Lo tengo muy claro. Te amo mucho, Helena, eres mi vida, y nadie podrá cambiar eso.
—Yo también te amo muchísimo. Creo que podemos con esto y con muchas cosas más, porque nuestro amor…es irrompible Stan.
—Así es, bebé. Te llamaré en cuanto podamos hablar. Serás la primera a quien le hable, ¿está bien? Y tranquila, llevo muchas cosas tuyas conmigo para sentirte cerca. Todo estará bien, lo sé, porque tú me enseñaste a pensar en lo positivo. Pensar en lo bueno trae cosas buenas. Así que ánimo, nos escuchamos luego, mi Lena.—
Con el reloj marcando las cinco de la mañana, el sueño desaparecido y su rostro enrojecido por el llanto constante, Helena decidió vestirse con ropa deportiva para salir a correr y calmar sus nervios. Stanly tenía razón: buscar calma y paz la ayudaría a enfrentar lo que estaba por pasar. En pocas horas, tanto su madre como Matt dirían adiós al planeta Tierra, y su padre... quién sabe qué destino le esperaba.
Salió de su habitación y se topó con Jensen, quien la escudriñó de pies a cabeza. Él también estaba listo para salir a respirar aire fresco.
—Buenos días —dijo ella, tratando de ser amable, recordando lo mal que se había comportado la noche anterior.
El futbolista no le contestó. En su lugar, frunció ligeramente el ceño y se limitó a asentir con la cabeza antes de comenzar a trotar hacia la puerta. Helena decidió seguirlo, esperando que el correr juntos pudiera aliviar un poco la tensión entre ellos, pero el portazo que recibió en su cara segundos después, le hizo saber que Jensen para nada quería su compañía.
…
Helena, se detuvo sorprendida al ver maletas de diferentes tamaños apiladas en el corredor de la casa de sus padres. Pero lo que más captó su atención, fue la camioneta de su papá, cubierta por una lona negra, junto con todos sus equipos de campo.
―¡Papi!― gritó Helena cuando lo vio abrazado por sus seres queridos: su esposa y su hijo mayor. Ansiaba ser parte de ese abrazo, así que no dudó en mover sus pies hasta alcanzarlo. Sin pronunciar una palabra, la familia Ortiza estaba reunida una vez más, pero las lágrimas que ahora caían ya no eran de felicidad, sino de un profundo pesar.