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Chapter 2 - 1.1

—¿Estás bien, mi amor?—preguntó su novio, mientras miraba al cielo y detenía sus pasos por el cansancio.

—Sí, estoy bien —respondió ella, tratando de sonar tranquila aunque su respiración agitada delataba lo contrario—¿Las naves, ya no están verdad?

—Ya no, creo desaparecieron. Vamos, que ya falta poco.—

La pareja llegó al hotel jadeando por el esfuerzo, tocando el timbre con ansiedad, pero no obtuvieron respuesta.

—¡Abran las malditas puertas, carajo! —exclamó el chico, visiblemente alterado, mientras golpeaba la puerta con desesperación.

—Espera, Stan. Déjame, yo me encargaré de esto—dijo Helena, intentando mantener la calma mientras tomaba el control del intercomunicador.

—Hola, ¿hay alguien ahí? Soy Helena Ortiza, de la habitación 135. Por favor, necesitamos que nos abran las puertas. No pueden dejarnos aquí afuera. Solo queremos llegar a nuestra habitación.

—¿Quiénes son?—preguntó una voz que provenía del aparato de comunicación.

—Soy Helena Ortiza, del departamento 135, vengo con mi novio, por favor déjenos pasar.

—Señor. Por favor, abra la puerta.—añadió el rubio, con un tono suplicante mientras esperaba que la puerta se abriera.

Cuando ingresaron al edificio, se encontraron con un señor de casi dos metros de altura, cuyo rostro estaba cubierto por una barba risueña. Su mirada cálida los recibió, aunque apenas podían ver sus ojos entre el espeso vello facial.

—Gracias, amigo. Vamos, Helena—dijo su novio, sujetando su mano para guiarla al ascensor.

—Oigan, ¿saben qué está pasando allá afuera?—preguntó el recepcionista del hotel, haciendo que Stanly volteara a verlo.

—Amigo, simplemente cierra el maldito hotel porque toda la ciudad está llena de naves extraterrestres.

—¡Stanly!—protestó Helena.

—Entonces es cierto lo que ronda por las redes, es...la puta guerra de los mundos—dijo el señor después de sacar un arma detrás de su espalda.

—Ey, tranquilo, viejo—articulo el jóven alegando con sus manos.

—Oiga, no es necesario que saque eso en estos momentos. ¿Escucha que esté pasando algo allá afuera?

—Nop.

—Así es, por ahora no hay nada que temer, así que baje el arma y hagamos lo que nos dicen. No salgamos a ninguna parte y quedemos aquí hasta nuevo aviso, ¿está bien?—La voz calmada de Helena hizo que el recepcionista finalmente bajara el arma con cautela.

—Hermano, ¿no tienes otra arma de casualidad?

—¡Pero qué demonios Stanly! No digas tonterías y subamos al cuarto—intervino ella, apresurandose al subir al ascensor.

Llegando a su departamento, Helena fue directo a tomar un vaso de agua, mientras que Stanly sacó una botella de vino y tomó un gran sorbo de este.

—¿De dónde sacaste esa botella? —preguntó curiosa.

—Era mi sorpresa para esta noche. ¿Te sirvo un poco?—ofreció él, extendiendo la botella hacia ella.

—No, gracias, estoy bien.

—Bueno, como quieras —dijo encogiéndose de hombros, antes de servirse otro vaso de vino.

—Dime que esto es un sueño... Yo, ¡carajo! Esto no puede estar pasando. Era... una maldita nave extraterrestre —exclamó el rubio, agitando los brazos con la botella en la mano—¿Qué se supone que debemos hacer?—tomó asiento en un sillón de la sala, visiblemente desconcertado.

—Hay que cerrar todo, Stan. Encendamos la tele, puede que haya más información sobre lo que está pasando—respondió la escritora con determinación, mientras cerraba las ventanas junto con las cortinas, oscureciendo el lugar, y en automático las luces se encendieron. Stanly encendió el televisor, e indagó en su celular, buscando desesperadamente alguna noticia que arrojara luz sobre la extraña situación que estaban viviendo.

—Helena, mira —señaló el joven a la pantalla de la televisora, donde solo se podían apreciar unas letras anunciando lo mismo hace unos momentos.—¿Y ahora qué?

—Tranquilo, hay que esperar —respondió Helena, intentando mantener la calma aunque su nerviosismo era palpable.—Rayos, no tengo mi teléfono, creo que se me debió caer en la calle. Pero no importa, con el tuyo basta. ¿Encontraste algo de lo que está pasando afuera?

—Nada, es lo mismo...Yo... no puedo con esto, enserio, no pensé que mi vida fuera a terminar de esta manera —confesó su querido novio, luchando por contener la tristeza en sus ojos—Lo siento porque me veas así, pero soy muy miedoso para estas cosas.—

Helena se acercó a él y le quitó la botella de vino de sus manos con suavidad.

—Estaremos bien, mi amor. Nos enfrentaremos a esto juntos—dijo buscando reconfortarlo—no pasa nada. Sé que esto es difícil de asimilar, pero estoy segura de que el gobierno tiene todo bajo su control. Solo hay que mantener la calma—agregó, sosteniéndolo en sus brazos con cariño.

—Es la primera vez en mi vida que muero de miedo. ¿Cómo diablos le haces para estar tan calmada ante esta situación?—anunció el joven rubio, cuyas piernas no dejaban de temblar.

—Cuando vi la nave, me tomaste de la mano, ¿recuerdas? También tuve mucho miedo, estaba en shock, y si no fuera por ti, tal vez aún estaría perdida asimilando todo lo que vieron mis ojos. Así que gracias a ti estamos aquí. Con que estés a mi lado, para mí, esto no es el fin del mundo… Ya verás que todo estará bien —respondió con una voz tranquila y reconfortante, mientras lo miraba con mucho anhelo y amor.

—Siempre tan positiva en todo—refunfuñó el joven sin dejar de mirarla a los ojos.

—Supongo que por algo me dicen que soy la chica más optimista del mundo—Sus labios se curvaron con una sonrisa, haciendo que el chico se alegrará por aquel comentario. Stanly recordó que fue él quien le puso ese apodo.

La abrazó con una fuerza desmedida, como si temiera que ella pudiera desaparecer en cualquier momento. Helena se aferró a él con todas sus fuerzas, sintiendo la protección de sus brazos. Así se mantuvieron hasta que el cansancio los venció, sumiéndolos en un sueño reparador que los transportó lejos de las preocupaciones del mundo.

Al abrir los ojos bajo la luz de la luna, por un momento, un velo de incertidumbre nubló la mente de la joven morena. Pensó que tal vez todo lo que había pasado hace unas horas había sido un mal sueño. La imagen de Stanly, adormecido a su lado, con la nariz ligeramente enrojecida, la devolvió a la cruda realidad. Sintió una sensación de alivio por ver a su novio junto a ella, pero también una mezcla de timidez, satisfacción y un toque de miedo a lo desconocido. Ella se inclinó con suavidad, dejando que sus cabellos acariciaran el rostro de su novio. Sus labios, a punto de rozar su frente, provocaron un cosquilleo que recorrió su cuerpo. Stanly, como si presintiera su gesto, abrió los ojos de golpe, atrapándola en su mirada intensa. En ese contacto, ella sintió una conexión profunda, una intimidad que la llenaba de calidez. Al sentir el roce de sus labios, Stanly se estremeció. En ese simple gesto, vio reflejado el cariño y la ternura que la joven sentía por él. Un deseo ardiente se apoderó de él, impulsándolo a tomarla de las manos y conducirla hacia la cama.

Sus cuerpos se unieron lentamente, como si fueran dos imanes que se atraían irresistiblemente. Podían sentir el calor que emanaba el uno del otro, la textura suave de la piel, el latido acelerado del corazón. Sus ojos se encontraron en una mirada llena de amor, pasión y deseo. Un torrente de emociones los recorría, desde la ternura hasta la euforia. Sabían que lo que estaba por suceder era algo especial, un momento que jamás olvidarían.

Los rayos del sol naciente se colaban por la ventana, creando un halo dorado alrededor de la pareja. Con el torso desnudo y los cabellos alborotados por el sueño, Stanly se levantó de la cama y en busca de algo para comer, se dirigió a la cocina. Llegó con un plato en sus manos, acercándose a la cama, admirando la belleza angelical de su amada.

—Buenos días—la saludó con sus ojos brillando con un fuego interior.

—Buenos días —respondió Helena envuelta en las sábanas, mientras lo observaba con una sonrisa pícara.

—¿Descansaste?

—Sí, ¿y tú?

—También—contestó él, bebiendo la leche restante de su plato de cereal.

—¿Ese es nuestro desayuno?

—Por ahora si.

—Jaja, se ve apetitoso —rió ella, mientras observaba el plato con cariño.

—Ni que lo digas, iré por el plato fuerte—El joven, con un tirón, jaló los pies de Helena, llevándola hacia él con una sonrisa traviesa en el rostro.

—Veo que ya estás mucho mejor, bebé —contestó la morena, mirándo sus enormes ojos color turquesa.

—Contigo a mi lado todo está perfecto. —respondió el chico disfrutando del afecto de su novia.

El timbre del teléfono irrumpió en la apasionada escena, como un intruso inoportuno que amenazaba con romper el hechizo del momento. Los dos tortolitos, que no se apartaban ni un milímetro el uno del otro, se miraron con inquietud.

—Es un SMS, dejalo, no tiene importancia —dijo él con voz ronca, tratando de mantener la intensidad del beso. Sus manos, inquietas, recorrían la espalda de ella con avidez.

—¿Y si es otro comunicado? —preguntó ella, separándose a regañadientes y con un tono de preocupación en su voz.

—Pues luego lo leeremos —respondió él, intentando restarle importancia al asunto. Su respiración agitada evidenciaba su nerviosismo.

—No, espera, hay que ver qué dice el mensaje —insistió ella, liberándose de su abrazo y tomando el teléfono con manos temblorosas. Al leer el contenido, sus ojos se abrieron de par en par y una palidez mortal se apoderó de su rostro. —¡Stanly!, tienes que ver esto —dijo con voz temblorosa, pasando el teléfono a su pareja.

Stanly tomó el teléfono y leyó el mensaje con rapidez. Su rostro se ensombreció y una mueca de desolación se dibujó en sus labios. La alegría que reinaba en la habitación solo unos segundos antes se había evaporado, dejando paso a una atmósfera de incertidumbre y temor.