"No quiero morir, quiero hacerlo realidad, quiero vivir"
Bonkiyou na otoko – Kanzaki Lori.
NFSW
Soichi permanece de pie en la cabaña de Sebastián en El Tigre, sosteniendo una carpeta con manos temblorosas, aquella que guarda las razones por las cuales considera ser un buen compañero para Lían.
¿Por qué el joven insiste en tomar este lugar para tal momento especial?
Puede que sus instintos territoriales aún no desaparezcan por completo.
Lían sigue aferrado a esa dudosa amistad, incluso cuando ante el juicio contra Rodrigo, ese sujeto se escondió bajo su lancha como una cucaracha de río.
Hoy es tres de agosto, el día en que su pareja cumple veintinueve años. Con un ligero atisbo de ansiedad, Soichi dirige su mirada hacia el ventanal, mientras los árboles desnudos se mueven al ritmo del viento de invierno, se sumerge en sus recuerdos del viaje hacia Misiones, rememorando la ocasión en que intentó hacer lo mismo con María, la madre de Lían.
En un lugar nuevo, donde la tierra roja despertaba bajo el tierno beso del sol, el aroma embriagador de la tierra mojada se elevaba, mezclándose armoniosamente con la dulce fragancia de las flores. Fue entonces cuando Soichi tuvo aquel encuentro con la mujer de avanzada edad, un momento que se convirtió en un cálido bálsamo para su alma. La mujer lo recibió con un abrazo afectuoso y sincero, envolviéndolo en una sensación de paz.
La escena se despliega vívidamente en su mente: María llamando a sus hijas, preparando una larga mesa para dar la bienvenida a los recién llegados. Su corazón se acelera al recordar cómo, al avistar a su hija mayor, la mujer había solicitado que encendiera unas velas en honor al santo al que rezaba, agradecida por el regreso sano y salvo de su hijo.
Fue un momento encantador, pero a la vez abrumador, uno que resonó profundamente en su pecho. Ahora, se ha convertido en una parte de la vida de Lían.
La primera noche, después de la cena, se sentaron juntos en el patio de la pequeña casa. Lían reunió todo su valor y, entre lágrimas, liberó todo lo que había estado reprimiendo durante años. Habló sobre su pasado, aquel que había mantenido oculto incluso de su madre. Compartió las experiencias que había vivido junto a Soichi y, con los ojos humedecidos, relató cómo Hanna lo había rescatado del profundo abismo de las adicciones.
María escuchó en silencio, su rostro, reflejando una mezcla de emociones: gratitud por la bondad y el apoyo que habían brindado a su hijo, pero también una profunda pena. Las lágrimas surcaron sus mejillas mientras expresaba su agradecimiento a Soichi y honraba la memoria de Hanna. La angustia se apoderó de su pecho al darse cuenta de que no había percibido el sufrimiento que su hijo había experimentado durante tanto tiempo en Buenos Aires.
En esa ocasión fue el hombre el que tomó el cauce de la conversación, el joven solo tomo su mano y lo acompañó en silencio. Unos días antes de viajar, un sentimiento de vergüenza se apoderó del corazón Soichi al recordar las marcas que recorrían su cuerpo.
Había considerado cubrirlas, ocultarlas bajo la tinta de algún delicado patrón. Cuando compartió esta idea con Lían, este le respondió con una sonrisa llena de ternura.
"Las heridas sanan y dejan cicatrices, aunque las tapes con colores, siempre estarán ahí. Nunca debes sentir vergüenza de lo que fuiste. Si decides hacerlo por vos mismo, adelante, pero si no te molesta, ¿por qué deberías hacerlo? No escondas lo que sos por agradar a alguien más. Quien te quiera lo hará por cómo eres y no por cómo te veas en el exterior."
Él optó por no tatuarse, en realidad ya se había acostumbrado a las cicatrices que marcaban su piel; en este punto, le resultaba indiferente si alguien las notaba.
Sin embargo, una profunda tristeza lo invadía al percatarse de que algunas personas importantes para el hombre al que amaba deseaban apartarlo debido a su complicado pasado.
En el fondo, comprendía que para muchos, un suicida seguiría siendo visto como tal, y esta verdad la había asumido desde hacía tiempo. Era inevitable encontrarse con miradas cargadas de juicio y prejuicios. Las personas, en muchas ocasiones, nos observan con ojos juzgativos, dispuestas a etiquetarnos y encasillarnos en categorías que no reflejan nuestra verdadera esencia.
Nos estigmatizan, creyendo erróneamente que somos seres inestables, incapaces de ofrecer algo valioso a aquellos que nos rodean. Entonces, se esfuerzan por apartarnos de aquellos a quienes más queremos, justificándolo como un acto de protección.
No se detienen a considerar el profundo dolor y la soledad que pueden generar al excluírnos y rechazarnos, ni reflexionan sobre el hecho de que esa actitud solo perpetúa el ciclo del horror y la desolación.
Nos recuerdan constantemente que aquellos oscuros y fríos lugares volverán a repetirse y que personas como nosotros no merecemos ser felices.
"Si lo amas, no arruines su vida"
"Tu vida es insignificante para vos mismo, entonces, ¿cómo podrías hacer a alguien feliz?"
Cuanto error hay en aquellas oraciones vacías de comprensión y empatía.
Pero ese miedo fue alejado con el transcurso de los días, llegó a comprender que Lían simplemente sonreiría, tomaría su mano y se alejaría de aquellos que hicieran semejante planteo. A pesar de ello, Soichi nunca podría soportar la idea de que Lían se distanciara de aquellas personas que ocupaban un lugar especial en su corazón.
Ser una piedra, una molestia, eso no era lo quería representar en su vida. Incluso, esta era una de las razones por las que, a regañadientes, toleraba la presencia de Sebastián.
Él solo quiere hacerlo feliz.
De pie, en la cabaña, Soichi sostiene una carpeta con manos temblorosas. Aunque ensayo innumerables veces cómo expresar sus sentimientos, en este momento crucial, el miedo lo paraliza por completo. La idea de enfrentar un posible rechazo le causa un intenso dolor de cabeza y forma un nudo en su garganta, dificultando incluso la respiración.
Soichi había fingido un malestar estomacal para ausentarse de la cena de cumpleaños, permitiendo que Sebastián ocupara su lugar. Cuando hizo ese ofrecimiento, golpeo su cabeza con violencia en su imaginación, pero todo era por el bien de la sorpresa que estaba por dar.
Los pasos de Lían se acercan, ha llegado.
Cuando finalmente aparece, su presencia ilumina la habitación, pero para el más joven, solo intensifica la densa oscuridad de su inseguridad.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado, al ver la expresión nerviosa en el rostro de su pareja.
Soichi intenta abrir la boca, pero las palabras queman en su garganta. La desesperación lo comienza a llenar cuando se da cuenta de que no puede decir lo que ha planeado durante tanto tiempo. Los segundos se convierten en una eternidad de silencio incómodo, y siente como si estuviera cayendo en un abismo de angustia.
Lían se acerca a él, colocando una mano sobre su hombro.
—¿Qué sucede?
Pero se siente atrapado en la brea de sus emociones, mientras la mirada preocupada del hombre se posa sobre su rostro. Cada instante que pasa sin poder articular sus sentimientos parece aumentar la presión en su pecho. El temor a decepcionar a Lían, a perderlo por su propia incapacidad para comunicarse, lo sume en un estado de pánico. Una ligera capa de sudor frío se aloja en la frente, y las venas del cuello se tensan ante su propia impotencia.
Quiere decir tanto… sus ojos cenizos titubean, solo es hasta que desliza la mirada hacia el costado que comprende que lo ha arruinado.
Sumergido en sí mismo, no encendió las velas, olvido armar el camino de pétalos, aunque aún tiene la carpeta y en su bolsillo la pequeña caja. ¿Cómo es posible que una propuesta sea tan difícil?
Si no recuerda mal, cree que ha preparado las copas y el burbujeante alcohol para brindar, en caso de que lo acepte.
Se insulta así mismo en silencio por ser tan idiota y arruinarlo todo.
Sin embargo, el amor y la comprensión brillan en los ojos de Lían, solo desea entender lo que atormenta a Soichi. Esa mirada compasiva solo hace que la presión sobre los hombros del joven sea aún mayor. Pero, es el hombre quien se percata de esa carpeta marrón que hace un tiempo fue llenada con documentos y cosas que, a su criterio, eran irrelevantes. La toma de las manos del joven con una mirada llena de sorpresa. Sin decir una palabra, Soichi observa ansioso cómo comienza a deslizar sus dedos por aquellas hojas.
A diferencia de lo que había preparado para María, esta carpeta está llena de aquellas palabras que el joven siempre escribe: versos, pensamientos, aquellos que comenzó hace mucho tiempo y que tienen un único destinatario.
La ternura se refleja en la suavidad de los rasgos del hombre, mientras la emoción brilla en sus ojos verdes, un destello de entendimiento y amor empieza a surgir en su mirada. La humedad comienza a florecer, sé en sus pestañas mientras absorbe cada palabra escrita por Soichi.
Cuando Lían llega al final, levanta la vista y encuentra esas hermosas almendras grises que nunca se cansa de observar, ansiosas y cubiertas de rocío. Se acerca envolviéndolo en un abrazo cálido.
Los corazones de los hombres se aceleran, aunque las palabras puedan fallar, es un amor entendido y correspondido.
—Soichi...
Apartando suavemente la carpeta y tomando las manos temblorosas entre las suyas, el contacto es cálido y firme, infundiendo una sensación de calma en el corazón agitado del joven.
—No necesitabas hacer esto para convencerme. Pero admito que es hermoso lo que escribiste. Te amo por lo que me demostrás, y no por las palabras que puedas decirme. Y sí, claro que es un sí.
La nube de dudas y miedos que lo habían envuelto se disipa. Se miran el uno al otro con una intensidad llena de emociones indescriptibles. La conexión entre ellos se fortalece cada día.
Lían se siente amado, entendido y valorado desde hace mucho tiempo, pero aun así puede comprender a su joven amante.
Con las pestañas arqueadas en media luna y las orejas cubiertas de un sutil rojizo, Soichi saca de su bolsillo esa pequeña cajita que contiene sus sentimientos y sueños. Con timidez, desliza el anillo de compromiso en el dedo anular. Este es delicado y de plata, haciendo un hermoso contraste con la piel dorada de su pareja.
En ocasiones, el verdadero sentido de las palabras se diluye, y expresar "Te amo" puede ser tan común como un saludo. Sin embargo, para Soichi y Lían, la vida diaria que comparten va más allá de esas dos palabras menospreciadas. Con una sonrisa y un beso cargado de emociones, esta pareja inicia una nueva aventura.
◇◆◇
La humedad del verano tiñe las hojas de los árboles con un brillo reluciente, mientras las estrellas adornan el cielo azul oscuro y la luna irradia su luz plateada.
Cuatro años han pasado desde aquel mayo en el que los hilos del destino los enredaron en un juego confuso y violento.
En las orillas del Río Luján, un hermoso salón cuenta con un cuarto privado. Desde el balcón, el joven contempla la danza de las luces reflejadas en las aguas.
En las últimas horas, Lían y Soichi se encontraban inmersos en una ceremonia rodeada de sus seres más queridos. El sol se ocultaba en el horizonte, iluminando el arco de bodas con una calidez dorada. El arco, hecho de madera rústica y adornada con una cascada de flores blancas, emanaba un dulce aroma que envolvía el lugar. Los novios lucían trajes elegantes y modernos, Lían vistiendo un traje azul oscuro y Soichi un traje blanco, ambos admirando como jóvenes risueños la belleza del otro.
Contemplando y guardando cada centímetro, cada expresión.
Con miradas llenas de ilusión y manos entrelazadas, los novios se enfrentaron al oficiante mientras intercambiaban votos de amor, promesas de fidelidad y respeto mutuo.
Una suave brisa del atardecer acariciaba sus rostros, mientras el río fluía plácidamente en el fondo.
Después de la ceremonia, la pareja y sus invitados disfrutaron de una cena al aire libre bajo un cielo estrellado. La música suave y los sonidos de la naturaleza crearon un ambiente relajado y acogedor, mientras compartían risas y conversaciones entre platos deliciosos y brindis por la felicidad de los recién casados.
Sus seres más queridos los rodeaban, les dedicaban abrazos cargados de buenos deseos… así fue como crearon un nuevo recuerdo para atesorar.
Una suave brisa acaricia la piel de Soichi, impregnando el cuarto con un aroma fresco y dulce. El perfume de los jazmines nocturnos se entrelaza con la frescura del agua y la calidez de la tierra. Invitándolo a sumergirse en la magia del lugar, esta noche es especial.
El joven está ansioso; han unido sus cuerpos y almas infinidades de veces, pero ahora ambos inician algo diferente, se aventuran a un nuevo camino. Soichi admira en silencio la noche, el viento ondea su cabello ondulado. La bata de seda azul cubre su cuerpo, mientras el humo del cigarrillo danza con gracia, haciéndole compañía.
Lían se acerca con una sonrisa radiante, lo toma por la cintura y besa la blanca piel del cuello.
—¿Estás bien?
El joven inclina un poco la cabeza hacia atrás.
—Sí, ¿por qué no lo estaría?
Lían suelta una risa pícara.
—Pareces nervioso.
—No, no lo estoy, es solo que a veces me cuesta creer que esto sea real.
A veces, las personas temen frente a la repentina felicidad, con desconfianza de que todo se pueda desvanecer. Para Soichi, este miedo ha sido su compañero durante los últimos años, atormentando sus pensamientos con la creencia persistente de que al despertar, el lado derecho de su cama estaría frío y todo lo vivido sería un sueño efímero. Aunque lucha por mantener la calma y dominar los demonios internos que lo acosan, aún le resulta difícil aceptar que él, Soichi Takahashi, pueda ser un hombre pleno y feliz.
El firme pecho de Lían presiona con más fuerza contra la espalda de Soichi, haciendo que sienta los latidos constantes de su interior.
—Es real, todo es real, nunca dejará de serlo, aunque tengas mil pesadillas y sientas miedo a veces, yo estoy acá, siempre estuve y siempre estaré para vos.
El joven exhala y sus labios se curvan en una sonrisa, mientras entrelazan sus dedos. Las alianzas son finas y delicadas, y el plateado titila con el reflejo de la luz nocturna. Lían eleva la mano de ambos con gracia, mientras las admira y ríe descaradamente.
—Ahora somos esposos, ya no podés librarte de mí. —Luego baja las manos y muerde la oreja del joven—. Así que no se te ocurra huir.
En un rápido movimiento, Soichi gira, toma la cintura del esposo que lo está provocando y lo silencia con un beso. Muerde los labios carnosos y luego los suelta, mientras las almendras grises se aferran a esos ojos afilados con una mirada penetrante, advirtiendo que el que tenía prohibido huir era Lían.
El pecho del hombre se agita un poco, siente el suave desliz de las yemas de los dedos recorriendo su columna a través de la fina tela. Es tan delicado que hace recorrer un cosquilleo insoportable por su cuerpo. Los dedos largos blanquecinos bajan y se depositan en las carnosas y redondeadas curvas, presiona con fuerza sin retirar esa mirada profunda. El joven inclina su rostro hacia adelante, manteniendo unos escasos centímetros de distancia, las respiraciones cálidas de ambos se intensifican y se unen.
Las manos sueltan y retoman su agarre, como si estuvieran jugando con algo tentador y acolchado. Lían libera un pequeño sonido ante la provocación y rodea con sus manos el cuello del joven esposo. Besa la comisura del labio, como un ave rozando su pico en los pétalos de la delicada flor. Luego se introduce en su boca, la lengua saborea el sutil sabor a alcohol y tabaco.
El beso se vuelve profundo y las lenguas de ambos juguetean unos segundos, el calor en los cuerpos de los amantes se acrecienta. El joven se separa primero y apaga el cigarrillo en el cenicero, el hombre por su parte se apoya en la orilla de la cama.
Él también está cubierto con una bata azul de seda, la tela se desliza con gracia sobre su cuerpo, delineando cada curva y resaltando su esbelta figura. Las clavículas definidas y los hombros rectos añaden un toque de elegancia viril a su apariencia, mientras sus piernas largas y torneadas están cruzadas, haciendo un ligero movimiento de sube y baja, marcando un ritmo calmo y sensual.
El joven esposo se acerca lentamente, con pasos apenas audibles sobre la alfombra, sus ojos brillan con deseo mientras recorre con la mirada el cuerpo de su amado, embriagándose de cada detalle con avidez.
Un susurro de anticipación eriza la piel de ambos, mientras Soichi se acerca despacio.
Besa y acaricia cada centímetro de la persona que ama.
A metros del río se envuelven en el calor de las pasiones. Sumergidos en el clímax de la afirmación del vínculo.
—Ah, más despacio, ah cariño mmm...
Los sonidos retumban en el cuarto, las sábanas se deslizan y caen al suelo. El joven se mueve despacio y profundo, admirando esa unión perfecta entre el cuerpo de ambos. Las piernas del hombre se ven obligadas a rodear la cintura de Soichi, acompañando el movimiento rítmico e invasivo.
—Por favor, aaah... no tan...
El pecho de Lían está lleno de marcas de besos profundos, los lóbulos de sus orejas enrojecidos por la dolorosa succión previa. El cálido miembro del joven entra y sale del suave canal, mientras las gotas de sudor caen de su frente. Lían ve el glande emergiendo de entre sus piernas, el tallo hasta la raíz envuelto en un líquido rosáceo.
Con la respiración jadeante, Soichi lo observa con detenimiento, cada gesto es guardado en su corazón. La luz nocturna ingresa por la ventana, el velo del sudor resalta la piel cálida y atractiva de Lían.
La mano del joven presiona la cintura del hombre, mientras con la otra sostiene el miembro, se acomoda y rosa con la punta el ansioso lugar vacío que lo llama. Empuja el glande hacia adentro, pequeñas burbujas y sonidos lujuriosos se desprenden frente al repentino ingreso. La carne caliente se abre, la sensación de hormigueo y dolor hacen que el hombre se tense de placer.
Gemidos reprimidos salen de los labios del joven, las venas en el cuello resaltan, y el sonido del golpe de carne con carne hace que el hombre contrajera su agujero inconscientemente.
La fuerte presión produce que Soichi frunza las cejas, y se detenga por un momento. Lían extiende la mano y acaricia la piel del abdomen con la yema de los dedos. Eleva la comisura de los labios y acuesta a su esposo. Con una mano apoyada en el pecho y los ojos llenos de bruma, toma con la mano completa el grueso pedazo de carne y se acomoda, toma algo de oxígeno y de a poco va comiendo la larga extensión.
En esa posición, Soichi se relame los delgados labios, admirando cada fragmento: el cuello largo, las gotas de humedad que caen por la línea de la clavícula, aquellas que bajan y se depositan en los pezones hinchados cubiertos de mordiscos.
Demasiado lento, demasiado tortuoso.
Con ambas manos separa las nalgas carnosas, y sin pedir permiso se entierra hasta el fondo del culo. La gruesa verga penetra con rudeza, el pene duro entra a una profundidad excitante. Los gemidos de Lían quedan enterrados en su garganta cuando las repetidas penetraciones lo dejan respirando con dificultad, con la boca abierta y saliva cayendo por la comisura, se rinde ante la estimulación constante.
—Más…más fuerte…aaah…más…
El cuerpo empieza a sudar frío, la piel se eriza y las extremidades vibran. El miembro de Lían se balancea y golpetea al aire suplicante, una ligera capa brillosa sale ansiosa. El cuerpo brilla en rojo y las nalgas pican, arden.
Luego de decenas de impactos, el líquido caliente se vierte en un chorro, y el cuerpo que subía y bajaba se inclinó hacia el pecho de su esposo.
Soichi se detiene sintiendo las placenteras ondas de él contrayéndose a lo largo de su tallo. Toma la barbilla del hombre que reposa en su pecho y lo besa a fondo, muerde y succiona la lengua, lentamente se mueve de nuevo.
Aún inmerso en las secuelas de su orgasmo, Lían solo se deja llevar. El joven va de lento a rápido y de nuevo a lento, con constantes mordidas y lamidas a los labios, extiende la mano para acariciar el pene agotado.
Pero antes de que digiera "ah", sello sus labios con su boca, los alientos cálidos se mezclan, mientras sube y baja con la mano sobre el semi erecto pene. Las penetraciones no cesan, los movimientos se vuelven profundos, la cadera se balancea con fuerza. Al llegar al momento culmine, el miembro se hincha y bombea con fuerza. Inserta hasta lo profundo todo su deseo, y pinta esas paredes hirvientes de blanco.
Hasta que la última gota es vertida, no retira sus labios de los de su amado.
Los sonidos de placer se pierden en la garganta del otro, con los ojos acuosos se miran por un instante, una sonrisa de dibujo en los labios de ambos.
Y continuaron así durante toda la noche.
Porque este es un nuevo momento para atesorar juntos.
Un día más, de muchos que no olvidaran.
Fin.
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