**Prólogo**
En la oscura noche de 1346, mientras el cielo se iluminaba con la lluvia de meteoritos de las Líridas, una carta urgente cortaba el viento con su destino sellado. La misiva contenía la ominosa premonición de Domingo, un venerable miembro de la orden de los Dominicos, quien vaticinaba el ocaso del país de Santa Catha, sumido en la sombra de una peste inminente.
La advertencia, sin embargo, llegó demasiado tarde. Los aldeanos de Catha, ya consumidos por una enfermedad misteriosa, se encontraban atrapados tras la muralla María, abandonados a su suerte por el duque Mcgregor, quien desestimaba la calamidad. "Es solo una pequeña gripe campesina, ¿qué importancia tienen unos cuantos campesinos muertos?" proclamaba, ignorante del desastre que se avecinaba.
El duque no anticipó la virulencia de la plaga ni la devastación que traería a los rebaños y cosechas, pilares de la nación. En cuestión de semanas, el pánico se apoderó de los nobles y plebeyos por igual, propagándose más rápido que la propia enfermedad. Los médicos, superados en número y recursos, no podían contener la creciente ola de enfermos y muertos.
Fue entonces cuando el rey Desmond Tercero tomó cartas en el asunto. Convocó a los más eminentes doctores y científicos para enfrentar la "podredumbre", como se había bautizado a la plaga. Con la primavera de 1347 floreciendo en el país vecino de Constanza, el rey envió una petición a la OMS, solicitando la ayuda de los más distinguidos profesionales de la salud para salvar a Santa Catha de su infortunio.
Los elegidos para esta noble tarea eran Héctor Lárel, Weliver Vidal, Joan González, Ezequiel Duarte y Benjamín Taveras, quienes, escoltados por la guardia real, se dirigirían al país de Orión. Allí, no solo contarían con el apoyo de la OMS, sino también con el del CDE y la Clínica Mayo, formando una alianza sin precedentes en la historia de la medicina.
"Gracias por atender este llamado", anunció Sir Gündir Blodcaf, secretario general y representante del rey. "Santa Catha enfrenta una crisis sin igual, y la situación se agrava con cada día que pasa. Lo que comenzó como una simple gripe se ha convertido en una endemia que amenaza con extenderse más allá de nuestras fronteras".
El jefe de gabinete, Thomás Liongard, tomó la palabra para detallar la gravedad del brote, que había escalado alarmantemente en poco más de un mes. Distribuyó folletos con datos desoladores: un 42% del ganado y un 17% de la población tras la muralla María habían perecido. El miedo se palpaba en el aire, y la infección amenazaba con desbordarse hacia la muralla Pátria.
La segunda página del folleto mostraba imágenes de los afectados, sus cuerpos en avanzado estado de descomposición, desconcertando incluso a los médicos más experimentados. La enfermedad, rápida y letal, planteaba una pregunta inquietante: ¿Se trataba de una sola dolencia o de varias?
"Este encuentro no es solo para discutir la situación actual", continuó Blodcaf. "Es un llamado a la acción. Los confinados no pueden salir, pero ustedes, los médicos, tienen la autorización real para entrar y buscar una cura. La calamidad que asola a nuestros hermanos podría pronto extenderse más allá de nuestras fronteras si no se detiene".
El capitán Eliazar Torres, líder de la Tercera División, prometió guiar y proteger a los valientes que se aventuraran en esta misión. La Clínica Mayo, agradecida al duque de Santa Catha por su apoyo previo, se comprometió con la causa. La OMS, consciente de la magnitud del desafío, no dudó en ofrecer su colaboración.
Un mes antes del primer aniversario de la endemia, el equipo estaba listo para partir desde el castillo hacia el país de Catha, decididos a enfrentar lo desconocido y a brindar esperanza a un pueblo asediado por la sombra de la muerte.