La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas de la modesta habitación donde Alexander dormía, envolviéndolo en una suave luminiscencia. Con un suspiro, el joven se despertó, su mente llena de sueños inquietantes que se desvanecían rápidamente en la luz del día.
Se levantó de la cama con determinación, sintiendo la urgencia de un destino que aún no comprendía por completo. Se vistió con su túnica de viaje y ató su espada a su cintura, sintiendo el peso del arma familiar contra su costado.
Descendió las escaleras de madera de su hogar, donde una mesa vacía le recordaba la ausencia de sus padres, perdidos en la última guerra que asoló su tierra. Con un nudo en la garganta, Alexander salió a la fresca mañana, con el corazón lleno de anhelo y propósito.
El sol se alzaba sobre el horizonte mientras Alexander se adentraba en el bosque cercano, siguiendo un impulso que lo guiaba hacia un destino incierto. La brisa susurraba entre los árboles, y el joven Guardián sentía la presencia de la magia latente en el aire a su alrededor.
Entonces, un rugido atronador resonó en la distancia, rompiendo el tranquilo silencio del bosque y sacudiendo los cimientos de su mundo. Con el corazón latiendo con excitación y temor, Alexander sabía que su viaje apenas acababa de comEl enzar.