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Las lágrimas se acumularon en el rincón de sus ojos y rodaron por sus mejillas.
Caían sobre la lápida, una gota a la vez.
Sus dedos se apretaron en un puño mientras miraba la imagen borrosa de esta persona que una vez le había entregado su corazón y alma. Ahora las lágrimas fluían incontrolablemente y en silencio, como si incluso su voz hubiera entrado en un luto doloroso.
¡Cómo deseaba que él siguiera vivo!
Incluso si en aquel momento él hubiera jugado con ella, no habría deseado que esta situación fuera la realidad.
El capitán suspiró impotente mientras miraba a la mujer llorosa. Se inclinó, y, como si hablara consigo mismo, le dijo a Zi Chuan:
—Zi Chuan, hoy vi a Xiao Qiao.
—Ella está bien y se ha convertido en una comentarista conocida. Incluso es la entrenadora del Equipo de Lucha King.
—Pero ella no parecía querer tener nada que ver con nosotros.
—Quizás es porque pensó en ti cuando me vio, y eso la hizo sentir triste.
Se levantó y le dio una palmada a la lápida.