Xue Xi lentamente abrió sus ojos.
El hombre frente a ella llevaba un traje negro hoy, que acentuaba sus rasgos exquisitos y le hacía exudar un sentido de nobleza. Parado junto a la puerta, su figura de 1.88 metros le hacía parecer alto y esbelto.
Lamentablemente, ese hombre tan orgulloso inclinó la cabeza.
El cielo se oscurecía gradualmente. Las luces del pasillo se encendieron, y la tenue luz naranja caía sobre él, haciéndolo parecer gentil.
Era como un joven hesitante que hubiera salido de un cómic, ablandando el corazón de cualquiera.
La voz de Xue Xi se suavizó como si temiera perturbar la hermosa escena frente a ella. Ella lo persuadió:
—Al menos, eres guapo.
Las pestañas del hombre temblaron unas cuantas veces antes de caer de nuevo:
—¿Qué más?
¿Qué más?
Xue Xi parpadeó y se estrujó el cerebro:
—También tienes dinero.
—Todo eso son posesiones mundanas —El hombre suspiró—. ¿No tengo ningún encanto intrínseco?
¿Encanto?
