—Es un lindo día—expreso la condesa de Yhules mirando por los ventanales del pasillo mientras caminábamos hacia el jardín.
Cada paso que daba hacia ese lugar solo me recordaba mi propia miseria porque se suponía que tendría la desgracia de almorzar en el jardín con el zar de Cromenia como lo dictaba el protocolo, de todas las reglas que existían en ese lugar aquella me había resultado de lo más desagradable, de haber tenido opción hubiese preferido pasear con un cerdo y dedicarle toda mi atención a ese animal que al zar, aunque probablemente entre el animal y él no había mucha diferencia.
—Supongo— bostecé.
Me había trasnochado con la esperanza que después del banquete, William llegara a la habitación y aunque lo espere hasta la madrugada él no llego, sufrí pensando en que tal vez él había visitado a su consorte y si eso había ocurrido mi dignidad quedaría por los suelos para que la Ileana pasara sobre ella glorificándose de haber sido su mujer mientras que yo no era más que una esposa falsa que terriblemente estaba comenzando a sentir algo por aquel rey que no se daba cuenta de que cada vez que me tocaba se robaba un pedazo de mi corazón.
—Últimamente la veo muy cansada majestad ¿Ha dormido bien?
No me sorprendió la pregunta, de hecho, la esperaba desde mucho tiempo atrás, pero como podía explicarle a la condesa que tal vez estaba celosa de la consorte.
—Estaba un poco preocupada por la llegada del zar y su hermana, por lo que estos días no he podido dormir adecuadamente—me excuse cubriendo mis labios al bostezar con el abanico blanco que debía portar hoy.
Por ser un almuerzo en el jardín, la condesa escogió entre los cientos de vestidos que conformaban mi ajuar, uno azul en un tono muy claro casi parecía blanco, la tela era suave al tacto, tenía un bonito bordado de flores que casi podía jurar que eran margaritas, pero no había logrado observarlo con detenimiento gracias al escote, era cordial, pero me preocupaba que la piel que mostraba provocara las terribles insinuaciones del zar. De no ser por ese inconveniente, quizás ese vestido se hubiese convertido en mi favorito, hasta le hubiese rogado a la condesa poder quedármelo y no dejar que lo regalaran, aunque no se me permitía usar un vestido dos veces, pero sabiendo que el zar vería ese vestido prefería que lo quemaran y que ninguna otra mujer tuviera la desgracia de usar un vestido en donde los ojos del zar se habían posado. Porque sabría que sus ojos me observarían.
—Por favor majestad, ya no se extenúe por eso, el zar parte mañana a su reino—dijo en un intento de calmar mis nervios.
Me detuve en seco al ver la puerta al jardín a tan solo unos metros de mí, el jardín era el único lugar que se asemejaba al campo extenso en donde antes vivía y donde podía pasear y hacer lo que yo deseara y aunque desde mi llegada no había podido poner un solo pie en ese lugar, lo único que lamentaba era que mi primera vez fuese con ese hombre insufrible.
—¿Sucede algo, majestad?—la condesa volvió unos pasos hasta mí, preocupada.
Verla me hizo recordar que, aunque no deseara estar con el zar, debía hacerlo porque se suponía era mi obligación atenderlo.
—Creo que pisé la orilla de mi vestido—dije como pretexto, a lo que la condesa trono los dedos para que las damas detrás de mí revisaran el estado de la tela. Al ser mi primera vez en un almuerzo en el jardín debía ser muy cuidadosa por donde caminaba, ya que los tacones que llevaba puesto eran más bajos de lo habitual para que lograra caminar sobre el césped sin ningún problema, pero eso provocaba que la tela colgara un poco más por lo que no era extraño pisar el vestido de vez en cuando, no obstante, existía el riesgo de romperlo y por supuesto eso no era digno de la reina.
—No se preocupe, la tela está intacta. Recuerde caminar lentamente y alzar un poco los pliegues del vestido si lo necesita—sugirió. Suspire al verme forzada a continuar.
Habia escuchado que los jardines del palacio eran en extremo bellos, pero lo que vi me dejo perpleja. Desde el mirador al que habíamos llegado por aquella puerta se podía observar un paisaje blanco, el camino que guiaba hacia un pabellón en medio de un lago estaba cubierto por gardenias y jazmines que emanaban un dulce aroma, pero a los lados se encontraban arbustos blancos hechos de flor de nube. Eran tan altos que seguramente habían sido plantados ahí con la intención de que estos formaran pasillos para crear un laberinto blanco y esponjoso, era como estar en el cielo, solo que sin estar muerto.
—Hermoso ¿No lo cree?—expreso la condesa esperando mi opinión, pero estaba tan asombrada que apenas pude asentir en contestación a su respuesta—es increíble que los jardineros crearan este paraíso en dos semanas.
—¿Esta diciendo que todo esto es nuevo?—interpele impactada.
—Anteriormente se encontraba un jardín lleno de rosas, pero el rey ordeno hacer una remodelación de este lugar en honor a usted.
—¿Y-yo?—titubee— ¿Por qué no me habían mostrado este lugar?
La condesa oculto sus labios detrás de su abanico azul, mi expresión debió ser muy entretenida para ella lograra reírse.
—Cuando usted llego, el jardín aun no se encontraba listo. Mas de quinientos jardineros trabajaron día y noche para colocar y plantar cada planta y piedra que ven sus ojos.
—¿Es costumbre que los reyes hagan esto en honor a su reinas?—deduje. Todo cuanto hacia era por causa del protocolo o una costumbre vieja del palacio, no era de sorprenderse que la condesa lo confirmara.
—No—asevero la condesa—los jardines solo se han remodelado dos veces desde que se construyó el palacio.
Ella dio un par de pasos y extendió las manos indicándome que debíamos seguir con nuestro camino.
—¿Por qué está tan segura de lo que dice?—insistí en el tema mientras bajamos por las escaleras.
—Soy su apoderada, por lo que es mi deber saber los pormenores incluso de asuntos tan triviales como estos.
—¿Sabe usted la razón?— cuestione. En ese preciso momento las escaleras finalizaron, nunca sentí que unas escaleras duraran tan poco como aquellas y al pisar sobre el camino de piedrecillas blancas me vi forzada a guardar silencio al percatarme de la presencia del zar.
—¡Oh, majestad!—exclamó al verme, se aproximó a mí e hizo una reverencia. Hizo una reverencia por lo que me vi forzada a imitar su cortesía si es que realmente lo hacía con esa intención.
Al levantar la vista, lo hice inhalando todo el aire que pude hacia mis pulmones para después soltarlo lentamente, necesitaba paz y serenidad para poder soportar la compañía del zar, aunque sabia perfectamente que esos movimientos de respiración no lograrían ayudarme.
—Majestad, llego usted mucho antes de la hora convenida—aludí. Se suponía que habíamos llegado con más de diez minutos de antelación, el tiempo suficiente para poder prepararme mentalmente para después pasar dos largas horas con ese hombre.
—Deseaba disfrutar un poco del paisaje, jamás habia visto un jardín como este, pero ya que estamos aquí porque no continuamos—extendió su brazo para mostrarme el dorso de su mano, maniobra que me indico que deseaba tomarme de la mano para avanzar hacia el pabellón juntos.
Camine mirando hacia el frente, era lo mejor porque no deseaba ver su rostro y de esa forma provocarle a decir alguna necedad que pusiera en tela de juicio mi decencia y al parecer él no tomo a mal mi silencio pues llegamos al pabellón sin pronunciar una sola palabra.
El almuerzo consistió en pequeños aperitivos, panes y postres para después servir algunos platillos típicos del reino, aunque supuse que él ya debía tener algún conocimiento de la cultura creí necesario explicar cuáles eran sus ingredientes y como se elaboraba, por suerte mi madre sabia prepararlos así que tenía un conocimiento basto sobre su preparación.
—Mientras más la conozco, más me sorprende, majestad—aludió el zar en cierto tono de sarcasmo—aunque siendo sincero esperaba una persona diferente.
Tome la taza de té verde que la condesa de Yhules había servido para mí, aunque el zar se había mantenido sosegado durante el almuerzo, era de esperarse que esa tranquilidad no duraría por siempre.
—¿A qué se refiere?—le di un sorbo al té, aunque extrañamente note que la condesa había cometido un error, el té no tenía miel o azúcar por lo que me supo amargo, intente no mostrar el mal sabor de boca que aún tenía en las papilas gustativas.
—Me dieron una descripción suya muy diferente de la persona que es usted hoy en día—insistió.
—Entiendo—dije con la intención de cambiar de tema, mientras menos se hablara de mí, probablemente menos oportunidad tendría de hacer insinuaciones.
—Me comentaron que usted era una joven de espíritu libre, indecorosa y malcriada—expreso con veneno cobre su lengua. Mire a la condesa y ella me dirigió una mirada desconcertada, evidentemente estaba ofendiéndome, pero era imposible que se atreviera hacerlo de forma tan directa frente a tantas mujeres que bien podían ofenderse incluso más que yo.
—¿Cómo decir algo semejante sobre la reina?—interpeló Doret Cailon quien era la madre de Irene, la joven que había sido mi dama de compañía mientras aún vivía con mis padres.
—Disculpe si la ofendo, majestad, pero únicamente estoy repitiendo las mismas palabras que me transmitieron a mí. Me atrevo a mencionárselas porque quisiera que fuese usted misma quien me aclarara la situación.
—¿Cómo se atreve a mencionar tal cosa?—bramo la condesa irritada.
—¿Me equivoco respecto a lo que he dicho, majestad?—alzo una ceja, la expresión que mostró me hizo darme cuenta de que la conversación estaba tornándose seria y no precisamente porque el zar me había ofendido.
—Evidentemente—respondí dejando la taza de té en su lugar.
—¿Aunque estas palabras salieran de los labios de su hermana?
Me quedé en silencio, no supe que decir o quizás la verdadera razón fue que se me seco la boca como para poder decir una palabra.
—Majestad, me gustaría conversar sobre este tema en privado, por supuesto si no le molesta—se levanto de su sitio, le dio vuelta a la mesa y volvió a realizar el mismo gesto para solicitar mi presencia junto a la suya. Recelosa, levanté la vista y al percatarme que mis damas hablaban y se miraban entre ellas después de haber escuchado lo mismo que yo, tuve que tomar la mano del zar para poder huir de sus miradas y también para aclarar lo que el zar acaba de expresar.
Caminamos en silencio hasta que nos encontramos varios metros lejos de mis damas de compañía y de los sirvientes que le acompañaban. Cuando me habia levantado esa mañana no imagine que estaría en esa situación, que el zar difamaría el nombre de mi hermana de esa forma porque aunque sabia que ella me odiaba por lo que habia ocurrido, nunca hablaría de esa forma de mi o al menos eso era antes cuando aun podía decir que era mi hermana.
—Por lo visto, le sorprendió saber que fue su hermana quien me revelo todo lo que dije ¿No es así?
—Mas que sorprenderme, es algo que no puedo creer aun viniendo de usted—expuse sin poder dirigirle la mirada.
—No espero que me crea— se quedo en silencio, solo es escuchaban nuestras pisadas sobre las piedras blancas debajo de nuestros pies, sin embargo, comencé a sentirme nerviosa al percatarme que desde donde nos encontrábamos no se podía observar el pabellón ni tampoco a mis damas o los guardias que custodiaban a cada cierta distancia los muros del palacio, estábamos lejos de cualquier ojo que pudiera vigilarnos o mejor dicho protegerme, me sentí vulnerable estando sola con él.
—¿Qué es exactamente lo que debía decirme en privado?—me detuve en seco al girar uno de los arbustos de flor de nube, sentí que estábamos muy alejados y no quería continuar caminando a su lado cuando ni siquiera conocía el lugar.
Solté su mano y el alzo ambas cejas y sonrió complacido, dio un par de pasos acortando la distancia que habia entre los dos y aunque intenté alejarme lo mas que pude, un arbusto detrás de mí me lo impidió.
—Desde mi llegada he deseado estar con usted a solas, con el único propósito de saber si usted es una ramera como lo es su hermana—musito a un lado de mi oído. Instintivamente mi mano le elevo y lo abofeteo, olvide por completo que se trataba de un monarca, pero necesitaba defender mi honor y también el de mi hermana, lo que él decía seguramente era falso, una mentira.
—¿Cómo se atreve?—musite, mi voz se fue apagando porque un terrible nudo en mi garganta se formó impidiéndome hablar con claridad y de igual forma mis lagrimas fluyeron con la misma impotencia y rabia con la que habia logrado darle la bofetada.
Él giro el rostro, pero en vez de enfadarse halle en su mirada excitación y diversión yo no era mas que un chiste con el que él se divertía.
—¿Una ramera que se defiende eh?—exclamó mas para si mismo que para mí—me gustan las cosas difíciles.
Camino de vuelta hacia mí, esta vez, quizás con otras intenciones por lo que me prepare para impedir que me ultrajara como pensé que lo haría, pero súbitamente se detuvo y giro la vista, al ver en la dirección en la que él dirigía su atención vi a William con una expresión severa y una mirada fría que hubiera podido matar al zar si así lo hubiese querido.