El sol descendía lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y naranjas mientras Pamela caminaba hacia su casa desde la paraba del autobús, después de un día agotador en la escuela. Al llegar, encontró a sus padres, Víctor y Alexandra, y hermanos Edgar y Daniela listos para salir a la reunión en la congregación.
—¡Hola, mamá, papá, ñaños! —saludó Pamela con una sonrisa, notando la elegancia de todos como fieles feligreses de testigos de Jehová, con Alexandra y Daniela luciendo sus faldas largas y llena de estampados de flores y colores pasteles en su blusa, su cabello alisado y su rostro maquillado pero de forma sutil y Víctor y Edgar impecablemente vestido con sus traje de color negro, ese día a Edgar le tocaba dar un discurso y estaba muy emocionado, su hermana menor le dijo que lo haría de maravilla como siempre.
—Hola, hija —respondieron ambos con calidez, pero la preocupación se reflejaba en los ojos de Víctor.
Pamela sabía lo que venía a continuación. Era la tercera semana consecutiva que no había asistido a la reunión, y sus padres estaban cada vez más preocupados por su falta de compromiso. Víctor, con voz sutil pero firme, le sugirió que se fuera a vestir para ir a la congregación.
—Lo siento, papá, pero no he preparado nada de la Atalaya para la reunión —respondió Pamela con voz aburrida, anticipando la decepción en los ojos de su padre.
La atmósfera se volvió tensa mientras Víctor luchaba por contener su desilusión. Como anciano en la congregación, sabía que era importante mantener la cohesión familiar y el respeto hacia las enseñanzas de Jehová.
—No importa, hija —dijo finalmente Víctor, intentando mantener la compostura—. Vamos igualmente y adoremos juntos a Jehová como la familia que somos.
Pamela se mantuvo firme en su decisión, rechazando la sugerencia de su padre.
—No, papá, no voy a ir —declaró con determinación, ignorando la mirada preocupada de su madre.
Alexandra, buscando una solución, sugirió que todos fueran a la reunión y dejaran a Pamela en casa para que reflexionara sobre lo que realmente quería.
Pamela asintió con resignación y vio partir a sus padres y hermanos hacia la congregación. Una vez sola, subió a su habitación y se dejó caer en la cama, sumida en sus pensamientos.
—¿Por qué tengo que ser igual a mi familia, Jehová? —murmuró mientras miraba el techo con expresión melancólica.
Con un suspiro, alcanzó el Libro de la Biblia que descansaba en su mesita de noche y lo abrió al azar. Sus ojos se posaron en el versículo favorito de Cantar de los Cantares sobre el amor, y una sensación de paz la invadió.
Durante un momento, se permitió sumergirse en las palabras reconfortantes, encontrando consuelo en la promesa del amor divino. Reflexionó sobre su relación con su familia y su fe, preguntándose qué camino debía seguir, no le agradaba ser testigo de Jehová pero tampoco deseaba hacer infeliz a sus padres, sin duda tenía mucho en qué pensar.
El tiempo pasó lentamente mientras Pamela se sumergía en sus pensamientos y reflexiones. Finalmente, con la mente más clara y el corazón más ligero, cerró el libro y se levantó de la cama con determinación.
—Sea cual sea el camino que elija, Jehová estará conmigo —murmuró para sí misma, encontrando fuerzas en querer seguir su vida a su manera.
Con paso firme, decidió enfrentar su situación familiar con valentía y amor, sabiendo que, con la guía de Jehová, encontraría el camino hacia la paz y la armonía en su hogar.