Bajo el manto de estrellas, la noche se impregna de un calor embriagador, mientras el emperador surge de un prolongado baño, envuelto en la suavidad de una toalla blanca.
Las gotas bailan sobre la piel blanquecina. Algunas con cautela exploran el amplio pectoral, deslizándose por la senda de los marcados abdominales. Las que caen del cabello oscuro serpentean, delineando los contornos del atractivo rostro.
Las cejas, afiladas como flechas, están tensas, enmarcando unos ojos grises que destellan con una chispa de rojo. En lo profundo de la mirada se vislumbra una consternación que lo consume.
Está exhausto.
Unos pasos lo llevan hacia el ventanal, donde se detiene a contemplar el paisaje. Admira el hermoso jardín, observando la belleza de esas flores que pronto perecerán.
La primavera está llegando a su fin. El verano en Obsidian es breve y el otoño aún más fugaz. En poco tiempo llegará el invierno, cuya primera nevada siempre es cruel.
Gira la cabeza hacia la izquierda y observa el balcón de la habitación contigua; una extraña sensación invade su pecho.
No comprende qué ha hecho mal; la situación con la santa es desconcertante.
Todo resulta confuso con ella.
Desde el primer instante, la mujer actúa de forma inesperada y sin importar lo que haga, la distancia entre ambos se agranda.
Inclina la cabeza, comenzando a reflexionar sobre sus acciones. Es bien sabido que él es un hombre íntegro y justo. Valora a todas las personas, es respetuoso e incluso amable.
Sin embargo, esa mujer se coloca así misma en un extremo inalcanzable.
Tienen una misión que cumplir juntos y no pueden permitirse no llevarse bien; al menos deberían mantener una conversación civilizada.
Darius aprieta la mandíbula y las venas del puño cerrado sobresalen en su piel pálida.
Ella se burla de él constantemente.
El dolor de cabeza se intensifica; se gira y se sienta en el borde de la cama.
No necesita expresarlo con palabras, pero él fue quien le pidió a Philip que fuera amable con ella y que hiciera la estancia de la mujer lo más agradable posible.
Pero todo se le está escapando de las manos, ¿cómo se atreve ese joven a no informarle que se irían juntos hacia el orfanato?
Él no es un dictador; con saber dónde están, podría tomar las medidas necesarias para prevenir cualquier problema.
Los músculos de la espalda de Darius se contraen. Fatigado, se desploma sobre las suaves sábanas.
En unas horas partirán hacia la Región del Sur; necesita descansar, pero su mente solo tiene una idea fija.
Se tapa los ojos con la mano y con una sonrisa confusa murmura:
—Mierda.
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La luz del amanecer ilumina el palacio. En el patio, el emperador está aguardando junto a un corcel blanco, acompañado por uno negro.
El rostro de Darius muestra cansancio; una sutil línea azulada en los ojos. La noche para él ha estado cargada de conjeturas y sentimientos extraños.
A diferencia de lo esperado, viste un traje casual negro con algunos botones sin abrochar, pero sus hombros rectos y su altura hacen que luzca imponente con cualquier prenda que use.
El aire está fresco y los caballos relinchan impacientes por comenzar el día.
Todos están listos en sus posiciones, solo falta una persona por llegar.
Milennia tampoco tuvo una buena noche; su cerebro está hecho un lío.
Anoche solo escucho la mitad de lo que el emperador le ha dicho; recuerda que irán hacia la Región del Sur, pero eso no tiene sentido.
En ningún momento ocurre algo relevante en esa zona, al menos, ella no lo ha escrito.
El General Pillón no tiene mucha importancia en su diseño original y esa zona solo es mencionada para proporcionar contexto sobre los artilugios de Sin Nombre.
Mientras analizó todo esto, se quedó dormida, lo que la hace que ahora llegue tarde.
Agitada por correr, ajusta su falda con elegancia y saluda al emperador apresuradamente.
—Señor, buenos días. Le pido disculpas por la tardanza.
El hombre la observa y suspira interiormente. Con el mayor esfuerzo posible, intenta sonar amable.
—Buenos días.
—Disculpe, las cosas que preparé para el viaje no están donde las dejé anoche.
—Ya fueron acomodadas.
Milennia observa a su alrededor; no hay carruajes, no hay más caballos que esos dos, no hay nadie más.
—Perdón por molestarlo de nuevo, pero, ¿dónde viajo?
—En ese —indica, mientras verifica la silla de montar del animal que él usará.
—Yo no… —Detiene sus palabras por un momento y corrige lo que iba a decir—. Usted me diría dónde está Philip.
—Él se adelantó bajo mi orden. —Se sube al caballo y la mira—. Así que, por favor, podría apresurarse.
—Ya veo, el problema es que no sé montar —dice con nerviosismo. Tras un breve silencio, levanta la mirada—. Es mejor que busque a alguien que pueda llevarme.
Darius frunce el ceño y tras reflexionar por un momento, pone dos dedos en la boca y silba.
En cuestión de minutos, Maurice se aproxima acompañado por dos caballeros.
El emperador toma la correa del caballo adicional e indica que lo devuelvan a la caballeriza.
Después de eso, el fiel consejero los seguirá a una distancia prudente.
Ella observa todo sin comprender.
Darius se inclina y extiende el brazo hacia ella.
—Tome mi mano.
La mujer vacila por un instante, pero prefiere no compartir el mismo caballo que este sujeto.
—No es necesario, no se preocupe. Puedo encontrar a otra persona.
—Podría simplemente tomar mi mano —dice algo molesto.
«¡Carajo, maldito universo conspirador! ¿Por qué tengo que viajar con este hombre?», piensa Milennia, sintiendo ganas de llorar.
Con el pie izquierdo en el estribo, recibe un leve impulso del gentil caballero. Ahora, la santa se encuentra contenida bajo los brazos del hombre.
El silencio es una parte irrevocable de la relación entre los dos.
Darius puede percibir el nerviosismo de la santa al observarla. Aunque avanzan despacio, la espalda la mujer permanece recta y sus pequeños hombros tensos.
Un sabor agridulce y molesto rueda por la garganta del emperador.
—Señora, en breve aumentaré la velocidad. No soy Philip, pero créame que no corre peligro a mi lado, así que puede relajarse un poco.
—Oh, no, no es eso. Es solo que tuve un accidente una vez, y bueno...
Darius se queda en silencio un momento. Suaviza su rostro y habla con calma para infundir seguridad.
—Lo comprendo. Puede estar tranquila, estaré alerta. No permitiré que nada le pase.
Después de esas palabras, ella siente algo de tranquilidad.
Observa cómo la espalda de la mujer se distiende y el emperador eleva la comisura satisfecho.
Ajustando con destreza las riendas, espolea suavemente al corcel con un golpe leve del talón en su flanco.
El animal responde con un relincho impaciente y al sentir la presión, alza la cabeza con energía y galopa con rapidez hacia adelante.
El camino es diferente, pero sigue siendo aún más hermoso que el día anterior. El río bordea el sendero y el aroma de las últimas flores impregna el aire.
El viento fresco hace ondear los finos cabellos de la mujer.
El caballo se detiene frente a un brazo del río, aunque estrecho y fácil de cruzar, eso no es lo que sorprende a Milennia. Lo que realmente la hace girar es un extraño movimiento en su espalda.
Con una expresión de asombro en el rostro, la mujer siente cómo el sonrojo tiñe sus mejillas y sus labios se abren en una mueca de incredulidad.
—¿Qué está haciendo?
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