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Chapter 3 - | II |

La estrella del día alcanzó su cenit cuando la escolta divisó la caravana. El general Ironhart los encaminó hasta la entrada, donde un guardia de aspecto sencillo los detuvo.

—Venimos en nombre del emperador Hilzeck para escoltar a sus príncipes a la ciudad capital. —Ironhart hizo un ademán hacia el príncipe Chramet, quien le entregó una tablilla con el emblema de la familia real.

El guardia la vigila un momento, comprobando que esta sea real. Luego, al asegurarse, juntó las manos hacia Chramet en un sutil gesto de respeto.

—Pueden seguir adelante, Yue les acompañará. —Al ser mencionado, un joven apareció de la nada junto a él y lideró el camino.

Doce carpas amplias ordenaron un círculo en el claro del bosque. En el centro, yacía desplegada, una tienda de mayor tamaño teñida por los suaves tonos del ultramar, las cortinas estaban juntas y dos guardias custodiaban la entrada. Sobre el mástil de la tienda la bandera volquiana ondeaba majestuosamente. Yacía un dragón, alado, esculpido con líneas elegantes y frágiles enroscados alrededor de la luna creciente. La criatura mística parecía bailar en el negro oscuro de la tela, rodeada por los símbolos de los cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego. Representaban las cuatro columnas que sostienen la dinastía Qedo desde la fundación del imperio.

Yue movió la punta del dedo índice hacia la izquierda y recibió un gesto similar por parte de los soldados que custodiaban la tienda. Ante la negativa, llevó a los skabianos a la parte este del campamento. Había alrededor de cincuenta volquianos; entre sirvientes y guardias, cada uno ocupado en alguna tarea afanosa arrastrada por el desplazamiento. Curiosamente, aun con el ajetreo de la escena, reinaba un silencio estático.

Las personas los veían pasar, algunos ojos curiosos se detuvieron sobre ellos, detallándoles con atención y, cuando fueron descubiertos, rápidamente continuaron con sus trabajos.

Aramis se mofó de esto tan pronto fueron alojados en una carpa; sin embargo, la atención de los demás fue captada por el lugar, dejándolo de lado. La tienda era sencilla, tenía un par de cortinas que dividían el espacio en dos partes. En la zona exterior se colocaron tres mesas sobre gruesas alfombras, donde había té y vasos. En la parte interna, había un amplio diván y un escritorio con papel y tinta. La tienda no era pequeña, pero sí justa para un grupo de quince jóvenes y un viejo general acostumbrado a los lujos de la nobleza.

— ¿Qué es esto? —Dalcar tomó dos piezas en su mano y se las mostró. Una de las piedras era pequeña y ovalada mientras que la otra era plana y grande.

—Es solo un molinillo de tinta, tonto. —Kalzar golpeó la cabeza de su hermano sin ejercer mucha fuerza.

Dalcar se rascó y dejó las piezas sobre la mesa.

—No me culpes, ese monillo es extraño.

—Es igual a todos los molinillos de tinta, solo está tallado —contrastó Elonias mientras le observaba de forma burlesca.

El murmullo de las risas molestó al joven Razerot, pero no dijo nada para quejarse, después de todo, Kalzar tenía razón; era un estúpido molinillo.

El príncipe Chramet permaneció de pie en la entrada. Tenía una puerta firme y una expresión apática. La brisa remolinaba la rizada cabellera rojiza que constantemente, impulsada por la corriente de aire, se le adhería al rostro. La gélida mirada de sus ojos grises seguía el movimiento dentro de la carpa, pero sus oídos captaron una lejana melodía atraída allí por el viento.

Aramis se acercó a él.

—Príncipe, ¿le gustaría tomar asiento? Hay un diván en la parte interior de la tienda. —Sus características sonrisa ligera con sus hoyuelos marcados colgaba de sus labios al hablar—. Ha de estar cansado de tan largo viaje y pronto debemos volver a partir. Es recomendable que descanse un poco como es debido.

Chramet le ignoró. Al salir de la carpa, cruzó la caravana siguiendo el sonido del viento. No muy lejos del campamento, al límite de los árboles, el agua corriente de un río en calma caía desde la cima de la colina.

A la orilla yacía sentada una delgada figura que tenía la mirada sobre el agua. Las mangas de su túnica blanquecina ondearon flameantes. Finas cejas se posaron sin agravio sobre los ojos oscuros que poseía, el puente de su nariz se extendía con una pequeña curva mientras que en la dulzura de sus labios sonrojados habitaba una inexistente sonrisa. Llevaba la mitad del cabello sujeto por un par de palillos con pequeñas incrustaciones de jade y, en sus manos, sostenía un erhu.

El príncipe Chramet detuvo el paso y se cubrió tras la sombra de un árbol. La joven belleza era tan rara como el encuentro del valiente Patronidas y el temido Aktia en el horizonte, lo suficientemente hermosa para avergonzar a los gansos haciendo que escondan la cabeza bajo el agua. En su rostro de porcelana no había defectos, era todo tan simétrico que otorgaba la sensación de que bajo los cielos nunca existió ni existirá nadie igual.

La persona era totalmente ajena al joven que le contemplaba, sin embargo, Chramet nunca había estado tan consciente de alguien más.

La delicada belleza agitó las mangas; sus movimientos fueron naturalmente ligeros cuando, alzando el gong, acarició las cuerdas del instrumento. Tocaba la melodía que había apreciado desde la distancia. Los pasos del príncipe lo llevaron fuera del resguardo del árbol hacia la figura frente al río. Al mismo tiempo, antes de que pudiese apreciar cercanía alguna, la presencia de un tercero interrumpió la ensoñación de un encuentro predestinado.

—Su Alteza —El sirviente corrió hasta la joven belleza y se postró sobre sus rodillas—, la escolta skabiana ha llegado. El príncipe Paria ha venido en persona. ¿Cuáles son sus deseos?

Los dedos largos y blancos se detuvieron sobre las cuerdas del instrumento.

—Partamos entonces.

Dicho esto, ambos regresaron, y Chramet los adelantó. Al encontrarse con sus compañeros nuevamente, se quedó aparte del grupo y esperó pacientemente la llegada de esa persona. Por el contrario, los extranjeros, que visitaban su tierra, fueron escoltados de vuelta sin que él pudiera ver al invitado indeseado que había ocupado sus pensamientos y causado esa extraña emoción en su pecho.

El regreso a la capital Tessal tomó tres días. Siendo un número mayor de personas, el viaje fue lento y los peligros en el frondoso bosque Mugle eran abundantes. Las bestias que acechaban la caravana, se emboscaron por la noche, dejando a algunas personas heridas y cuatro pérdidas humanas. La guardia se fortaleció alrededor del carruaje que transportaba al primer y segundo príncipe valquiano, así como a la cuarta y quinta princesa.

El príncipe Chramet, aprovechando la excusa de protegerlos, se mantuvo vigilante mientras buscaba obtener información de los ocupantes del carruaje. No obstante, a pesar del tumulto y la agitación del trayecto, por más que se esforzara, no percibió ni un susurro de quienes descansaban dentro. Así que, resignado, dirigió su atención al parloteo de los demás, confiando en encontrar algo que captara su interés.

Los volquianos no eran personas de muchas palabras; cuando hablaban, sus voces eran suaves y bajas, como si temieran la indiscreta curiosidad de otros oídos además de los suyos propios. Discretos como la silenciosa y oscura noche, no pronunciaron palabra más allá del asombro o el temor al contemplar los paisajes y bestias desconocidas que se desplegaban frente a sus ojos a medida que avanzaban a la capital. Mas siendo bendecido, los dioses se dignaron a ser misericordiosos con el príncipe skabiano.

Cuando la caravana reposó al caer la segunda noche, captó el susurro inadvertido de dos sirvientas volquianas, quienes, envueltas por la ignorancia, creían que solo la luna era testigo de su conversación.

—La cuarta princesa no se ha sentido bien últimamente, ha estado lamentándose todo el camino —la una le dijo a la otra.

—Lo sé, yo también estaría sumida en la melancolía si mi futuro es estar fuera de mi patria el resto de mi vida.

Un alarido de sorpresa fue ahogado en la oscuridad.

—¿De qué estás hablando? ¿Entonces es cierto que la joven princesa será presentada como recompensa en las Justas de los Reinos?

—Ssh, ​​cállate. No sea que por estar hablando cosas que no nos compitan terminemos sin lengua —mirando hacia los lados se sintió aliviada de no encontrar a nadie en los alrededores—. Realmente no sé si esto sea cierto, pero una princesa será ofrecida para el ganador. Nuestras princesas son conocidas por su incomparable belleza y modales, no me extrañaría que la cuarta o la quinta alteza sea la desafortunada.

Con silenciosos lamentos, las sirvientas rogaron Aktia, guardián nocturno, ser escuchadas para evitar que la cuarta alteza; de sonrisa encantadora, o la quinta alteza; de mirada noble, sufrieran el desdichado destino de casarse con un extranjero. 

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Erhu: ocasionalmente denominado en occidente como «violín chino» o «violín chino de dos cuerdas» es un instrumento de cuerda frotada con dos cuerdas y que se toca con arco.

Patronidas: dios genita, conocido como Ojo divino. Es una deida solar representada por la luz y la justicia.

Aktia: dios gehenita, conocido como el Guardián Nocturno. Es una deidad lunar representada por la oscuridad y el equilibrio.