El caos que habitaba en mí no tenía fin, en un mundo sin esperanza o me destruía o me destruían.
Mí punto de vista estaba centrado en el horizonte, presentía ya lo que podría pasar. Aún así, seguí balanceando mis pies en el barandal del balcón, ya hacía más de una hora que estaba allí, el frío comenzaba a colarse por debajo de mí vestido.
El viento rugía y azotaba todo a su paso, cada vez la tormenta se hacía más grande, aún así, no me moví. Estaba cegada por el paisaje que estaba frente mío; hermosamente destructivo, el caos mismo.
La desición ya estaba tomada, no había más que hacer.
Ya no había más energía, no sabía cómo seguir pero de todas formas, sabía que iba a volver, qué esté no era el final, que mí historia aún no terminaba, aún quedaban cosas por hacer.
Podía apreciar como ellos llegaban, sabía con actitud que ellos me estaban mirando. Aún así no vacile, me pare en el barandal y comencé a recordar cada una de las cosas que había vivido.
No estaba orgullosa, para nada.
Me lamentaba por todo y a la vez por nada.
El final estaba cerca, ya no había razón para retroceder.
Sonreí, sin miedo.
Sonreí, porque a pesar que sabía que esté era el final para mí era mí comienzo.
Sonreí, porqué sabía no iba a ver más dolor, ya no tenía que sufrir más.
Cuando el caos te consume ya no hay vuelta atrás.
Cuando la joven dama se paró sobre ese barandal era vista por cada uno de los integrantes de la familia, ya estaban acostumbrados a que ella haga locuras. Más su Padre, el Duque de Lión, miraba con desdén a su hija esperando su próximo movimiento; nunca se espero ello.
Nunca se espero que ella saltará.
El caos no te consume solo, nunca se lleva a uno solo.