—Los nietos en casa, han contratado una niñera para que se haga cargo de ellos, y nuestros consuegros también han venido a Belfard, viviendo con ellos, ayudando a cuidar a los niños, para que los dos puedan ir a trabajar con tranquilidad —es verdad que había un poco de incomodidad en el fondo.
La Tía Evans no mencionó que los suegros parecían haber monopolizado a su nieto.
Siempre con ellos, cuidándolo, casi sin querer que ellos lo tocaran.
Cuando ella quería sostener a su nieto, la miraba la suegra como si de alguna manera fuera a romper al niño.
Durante la cena, ella justo había preparado los fideos de arroz que su nieto siempre comía y quería alimentarlo.
¿Quién iba a saber que la suegra diría que lo estaba alimentando mal?
Prácticamente le arrebató el tazón de las manos.
En ese momento, la Tía Evans solo apretó los labios y no dijo nada.
En casa, no podía ayudar con nada, y en cambio, se sentía como una forastera.