POV Eirwen
Desperté lo que parecieron horas después, molesta con el punto danzante tras mis párpados y el escozor que me provocó el sol en la cara.
Confundida de por qué tanta luz y del dolor de mi cuerpo por la mala posición en la que había dormido, me pregunté por qué no estaba en mi cama o era de día. Nada tuvo sentido por esos cortos, dulces segundos antes de sentarme en el suelo y recibir de primeras la intensa punzada de dolor detrás de mis ojos.
La fiebre no se había ido; de hecho, no sé si estaba peor o no, porque toda mi cara estaba caliente, pero por el sol. Además, aun no comprendía por qué estaba tirada bajo la ventana.
Intenté hacer memoria de lo que había hecho antes de estar ahí, y lentamente comenzaron a volver los recuerdos a mi cabeza: haber despertado con una pesadilla, la mancha en mis sábanas, visitar a Visha y sus huevos, lavar mi ropa y finalmente ir por agua al po...
¡El pozo! ¡El dragón!
Si el dolor de cabeza no era suficiente, el temor que invadió mi cuerpo terminó por hacerme sentir peor. Empecé a temblar con miedo, enderezándome lo suficiente para ver por la ventana con cuidado, esperando ver esos ojos dorados una vez más detrás del pozo.
La luz fue un dolor intenso para mis pupilas en mi estado, pero mis ojos se adaptaron rápidamente, contrayéndose como los de un gato para solo dejar pasar la suficiente luz para ver mis alrededores. Escaneé el prado y el descenso hacia las tierras de cultivo, pero el lugar estaba solo como siempre.
No sé cuánto tiempo había pasado desde entonces, pero el miedo de verlo aún parado por ahí recorría mi cuerpo con temblores y ocasionándome dolor como si los golpes y azotes de las cicatrices que tenía estuvieran frescos. No estaba dispuesta a volver a sentir ese dolor, pero tampoco sé cómo podría negarme a ello exitosamente.
Podía estar sola en ese lugar, viviendo humildemente bien, pero no por eso significaba que no dejaba de ser una prisionera en esas tierras.
Con cautela, me levanté por fin y busqué un poco más allá de lo que me atrevía a ver.
El pozo estaba entre mi cabaña y el bosque, así que si bien no lo veía ahora, quizás podría estar escondido aquel dragón entre los árboles. Me esforcé por buscar alguna señal de él por la ventana, pero solo me gané más dolor de cabeza por forzar la vista.
Ganándome un gesto de dolor por una nueva punzada, dejé de buscar solo por evitar lastimarme más. Intenté calmarme pensando en que si ese dragón hubiera querido hacerme algo, lo habría hecho mientras estaba inconsciente, pero no por eso dejaba de sentirme nerviosa.
No entendía por qué después de tantos años, uno de ellos aparecía así de la nada frente a mi cabaña.
¿Se habría perdido como pensé en el momento? ¿O es que de verdad fue una alucinación mía por la fiebre?
Ese segundo pensamiento quiso fijarse en mi pensamiento por la calma que me provocaba, pero la duda seguía insistente en la manera en la que mis músculos temblaban involuntariamente ante la idea de estar tan cerca de un dragón.
Me asomé por todas mis ventanas buscando alguna señal de ese enorme cambiante, pero no lograba ver absolutamente nada fuera de lugar.
Casi termino de convencerme de que había sido todo mi imaginación debido al trauma de que ese día era mi aniversario de casada, cuando tragué saliva y la boca seca me recordó en primer lugar a qué había salido.
Mi cubeta debería estar aún al lado del pozo, así que - intentando no ser presa del miedo - inhalé profundamente tomando la perilla de la puerta. Tardé unos segundos, pero tras repetirme varias veces que afuera no había nadie, logré abrir la puerta con lentitud y cautela.
Me asomé a ambos lados de mi puerta. Olfateé el aire, esforcé mi audición... no había nada.
Relajándome un poco más, empujé más la puerta hacia afuera, solo para chocar con algo en el proceso.
No fue voluntario, pero di un salto que quizás rivalizaría con el de un canguro por el susto.
Estuve a punto de volver a encerrarme y olvidar todo acerca de vivir, pero al bajar la vista para ver cuál había sido el origen del sonido, solo vi mi cubeta frente a la entrada. Llena de agua.
Eso me congeló por un momento.
No lo había alucinado. Estaba más que segura que había tirado mi cubeta al lado del pozo, y aunque fuera posible que hubiera imaginado al dragón, no lo era el sonido del golpe en el suelo de la cubeta de madera, que chocó contra la piedra del pozo.
Pero ahora estaba ahí, y lo más extraño era eso... el hecho de que estaba llena y lista para usar.
Me pasó un escalofrío por la espalda.
Volví a fijarme en mis alrededores, esperando encontrar por fin esos ojos amarillos vigilándome, pero no alcanzaba a ver nada.
Las preguntas inundaron mi mente.
¿Por qué ese cambiante se había molestado en llenar mi cubeta de agua... y dejarla en la entrada? ¿Por qué no había aprovechado que me había desmayado para atacarme... o simplemente matarme? Hubiera sido incluso mejor si lo hubiera hecho mientras no estaba consciente. ¿Y por qué desapareció así nada más? ¿Quién había sido ese dragón?
Intenté recordarlo mejor, pero la fiebre me jugó sus efectos secundarios y la memoria se me fue borrosa en la mente. Ni siquiera mi memoria fotográfica de elfa era infalible en ocasiones. Si enfermaba, como ahora, podía fallar en cosas básicas.
Ugh, cómo extrañaba la magia sanadora de mi pueblo. No solo el bosque de mi hogar nos protegía de enfermedades, sino que todos en casa sabían de curaciones con las hierbas necesarias y los cánticos que sanaban cuando ocurría algo.
Ahora solo tenía que soportar el dolor como si fuera una simple humana.
El pensamiento me hizo suspirar ahora. Antes me habría molestado y dado asco... ahora solo comenzaba a apreciar de verdad los esfuerzos que pasaba el pueblo humano. Una pena que casi los hubieran dejado en la extinción. Empezaba a interesarme más por los cientos de artilugios que alguna vez inventaron.
Mi mente divagó una vez más, debilitada como estaba por todo lo que me sucedía.
Antes podía enfocarme en algo y jamás desviarme, pero ahora mis pensamientos solo avanzaban uno tras otro sin orden.
Aun sin comprender por qué me había dejado el agua ahí, solo decidí aceptarlo por ahora. Necesitaba el agua, y no iba a rechazarla teniéndola ahí tan cerca.
Claro, me apresuré bastante en meterla a mi cabaña, temerosa que pudiera reaparecer ese dragón en cualquier momento.
Ya que de todas maneras me sentía mal y con miedo, decidí que ese día realmente sería mejor si no salía para nada de mi cabaña. Mis plantas tendrían que disculparme hoy de no regarlas, pero ellas podían sobrevivir otro día sin agua... yo no, y menos aún con el temor de tener un acosador por ahí.
POV Alasthor
Con ese día, ya se cumplían tres desde que me había quedado a ver esa curiosa elfa fantasma. El apodo le quedaba bastante bien en cuanto a su apariencia se refería, pero no en cuanto a su actitud incansable.
Había ido ahí con la única idea de desquitarme con la hija de mi antes peor enemigo, esperando encontrar una copia exacta de ese arrogante falso Rey del Bosque, pero en cuanto mis ojos se toparon con su figura pequeña, pero esbelta, me detuve a una distancia aceptable para verla sin ser visto.
Mi primera impresión fue el estado de la vieja cabaña del antiguo guardabosques. Había sido abandonada cuando el perfecto idiota fue mordido por una serpiente de cola roja; más venenosas que cualquier otra y casi imposible de ser rescatado una vez que te mordían. Al parecer, el guardabosques había mentido en su solicitud cuando quiso trabajar ahí, y no sabía un carajo de cuidar un bosque o evitar sus peligros.
Y ya que nadie iba a ese lugar de todas maneras, recuerdo que decidimos no molestarnos en contratar a alguien más por la falta de necesidad.
La última vez que había estado ahí, ese edificio había estado a un paso de caerse.
Ahora resultaba que no solo parecía que lo habían reconstruido, sino que tenía un enorme árbol, siendo su principal soporte en el centro de la cabaña, con sus hojas saliendo hasta el tope como una espada encajada. Sabía que los elfos tenían su propia magia, pero parecía algo absurdo. No solo eso; la elfa tenía huertos y macetas llenos de plantas que - a mi humilde experiencia -, eran todos comestibles.
Su ropa parecía ser de algodón, decorada en los bordes de hilo amarillo y algunas finas líneas que parecían ondas de aire sobre la tela. Tenía varias telas más colgadas al aire para su secado, y en general aquella elfa que Tariq me había prometido que estaba aislada en la destartalada cabaña, resultó que estaba más viva que nunca.
Aquello me enfureció.
¿Acaso ese hermano imbécil que tenía no sabía diferenciar entre lo que era un esclavo de una invitada? ¡Esa elfa tenía todo lo que necesitaba para vivir bien!
Estuve a punto de ir a ella con una tormenta de ira para torturarla como había prometido, pero me detuve en mis pasos con rapidez ante una peculiar acción...
—¡CON UN CARAJO, SI NO QUIERES QUEDAR BIEN VETE A LA M***!
Me quedé congelado en el lugar, viendo estupefacto cómo aquella diminuta figura pateaba algo en sus manos, arrepintiéndose en el acto a juzgar por el grito de dolor que soltó y ella sosteniéndose el pie con las manos y dando saltitos con el otro. En su torpeza, se cayó al suelo de lleno, volviendo a soltar un grito por la caída.
La imagen fue tan cómica e inesperada, que antes de darme cuenta estaba riéndome de ello, intentando con todas mis fuerzas no hacer ruido que atrajera su atención.
¿No se suponía que los elfos eran todos agraciados, perfectos, atléticos y todas esas idioteces? ¿Qué es lo que estaba viendo frente a mí? Aquella diminuta cosa estaba furiosa con algo que no le había quedado bien, lo había pateado, maldecido, se había lastimado y perdido el equilibrio de un pie.
Nada de lo que había sucedido era sinónimo de ser elfa.
Intrigado por lo que había visto, la curiosidad se adueñó de mí y no pude atreverme a interrumpir la escena que se desarrolló frente a mí.
Vi cómo se echó en el suelo ahí donde había caído y escuché su largo suspiro exasperado. Pero tras unos momentos, solo se sentó vi cómo se quedó viendo al infinito del horizonte y quizás después de aceptar lo que había sucedido, solo se levantó y fue a recoger aquello que había pateado.
Forcé la vista a ver qué era, y me di cuenta que era una figurilla de... barro. Había pateado algo duro, vaya. Mis ojos bajaron a su pie, y aunque solo fue por un momento antes de que se volviera a agachar a moldear aquello, noté una marca apenas roja en su pie.
A mi sorpresa, ni siquiera había reaccionado lo suficiente para ese golpe.
¿No debería estar ahí agitándose de un lado a otro, llorando por el dolor un poco más?
Pero no había ni rastro de esos dolores o gestos. Solo la vi cómo volvía a ponerse manos a la obra y movía y deshacía la figurilla de barro en sus manos. Sabía que los elfos tenían magia de la tierra, pero verla manejar aquello con tanta destreza, cuidado y delicadeza parecía algo fuera de lo normal. No sé qué hacía con exactitud, pero estaba realmente concentrada en ello y no me atreví a interrumpirla. Ahora era pura curiosidad lo que me dejó plantado en el lugar, viéndola trabajar.
Para cuando terminó, quizás habría pasado una media hora más. Yo también me despegué del trabajo que había hecho y me percaté del tiempo que había pasado. Era verdad lo que decían sobre que puedes entretenerte bastante viendo a alguien más trabajar.
Era una pequeña estatuilla de un elfo, parecía ser. No tenía alas, cola o ningún rasgo animal, y como sabía que los elfos realmente despreciaban a los humanos, solo podía descartarlo hasta su propia raza.
Hice un gesto de disgusto con la nariz, soltando una nube de humo. ¿Había pasado todo ese rato creando algo que veía todos los días al espejo?
Aunque debía admitir por lo poco que alcanzaba a ver que estaba bastante bien hecho, y cuando se levantó de golpe, parecía emocionada.
—¡Visha! ¡Por fin lo logré!
¿Visha?
Eso me hizo levantar la oreja. ¿No estaba sola? Tariq realmente era un inútil para mantenerla en aislamiento. ¿Acaso le ponía atención a esa supuesta esposa suya para al menos asegurarse que realmente estaba sola y no compartiendo información con ningún enemigo?
Irritado, volví a pensar en la idea inicial que había tenido. Quizás ya me había entretenido bastante en ver su última manualidad. Ya era hora de volver a hacer su vida un infierno.
Me acerqué más a la cabaña, realmente poniendo atención a cualquier sonido. Apenas podía escucharla hablar, sin comprender del todo lo que decía por las paredes que la rodeaban, pero sí parecía hablar con alguien. Esperé a escuchar la segunda voz... pero nunca llegó a mis oídos, ni siquiera concentrándome realmente fuerte. Solo detecté unas palabras más y fueron de esa elfa.
—...tardarán uno o dos días. Su cáscara se ve ya muy suave. ¡Por fin serás madre!
Me detuve en mis pasos de nuevo. ¿Huevos? A menos que estuviera hablando con una cambiante de ave, no se me ocurría nada más que pusiera huevos más que las aves sin consciencia. Eso o reptiles. Nosotros no poníamos huevos desde hace siglos, con el cambio humaniode.
¿Con qué hablaba entonces?
Esa elfa estaba resultando un misterio andante.
Había esperado una elfa inútil, muerta de hambre, apenas alimentándose de cosas del bosque atrás o sobreviviendo solamente del dichoso nutrimento del bosque que tanto presumían que los mantenía vivos. No esperaba encontrar que había reconstruido esa cabaña, creado su ropa, su fuente de alimento ni que se dedicara a crear figurillas que en sus momentos de frustración pateaba como si fueran de goma.
Gruñí bajo, lleno de confusión.
Todos los elfos con los que me había topado eran unos arrogantes, presumidos e inútiles que siempre se valían de sirvientes para todo. Y en la guerra, idiotas gráciles que parecían estar bailando en vez de pelear, siempre sintiéndose superiores y sobreestimando sus habilidades. Por eso y muchas cosas más habían perdido la guerra.
Y por cosas más crueles es que había decapitado al Rey Falso.
Esperaba entonces que su hija fuera más... o mejor dicho, menos útil. Tal vez esa vida en soledad la había obligado a madurar y valerse por sí misma. No tenía ni idea.
Pero por hoy, iba a dejarla en paz. Había picado mi interés de una manera extraña.
Acababa de volver de pelear... ¿por qué tenía que volver a ello tan rápido? Si mañana me aburría esa elfa, podía desquitarme entonces con creces, pero por ahora me había hecho reír y eso no ocurría desde hace...
Hace...
Vaya, no recordaba la última vez que había reido.
Eché un último vistazo a la cabaña de la elfa fantasma, y con un bufido, me alejé para regresar al castillo por ahora.
Tal vez mañana despertaría con más ansias de sangre de elfo...
Aquellos saltitos de dolor antes de caerse... pfft.