Finalmente, Azael emergió de aquel bosque oscuro, cegado por el resplandor del sol que golpeaba su rostro. Lentamente, sus pupilas se adaptaron a la luz para contemplar lo que se extendía ante él. Una vasta pradera verde se desplegaba hasta el horizonte, sin fin a la vista, incluso con su aguda visión no podía divisar su límite. Decidió seguir el camino que tenía delante, el cual se extendía hasta donde la vista no alcanzaba.
"Ahhhh, ¡estuve horas caminando para esto? ¡Pensé que encontraría alguna aldea o algo!", se quejó Azael en voz alta.
A pesar de sus quejas, continuó siguiendo el camino. Sin embargo, tras unos minutos, quedó sumido en sus pensamientos.
"Creo que debería cambiar mi apariencia. Los únicos demonios que los humanos habrán visto son aquellos que se autoproclamaron Reyes Demonio. Si me asocian con ellos, habrá confusión y, probablemente, una gran batalla donde la humanidad perecerá. No soy como esos idiotas que se llaman a sí mismos Reyes con tan poco poder", reflexionó Azael.
Sin más preámbulos, cerró los ojos y comenzó a recitar un hechizo en la antigua lengua demoníaca.
-AZA KAZTA ELAE FENTO CAMBI ARA-
Después de completar el hechizo, la piel de Azael adquirió un tono pálido y blanco, mientras que el color de sus pupilas se transformó de violeta a verde avellana. Sus orejas puntiagudas se encogieron y desaparecieron, siendo reemplazadas por dos orejas humanas. Los colmillos que solían ser visibles al hablar se redujeron, y su cabello mantuvo su color rojizo oscuro original. Ahora, Azael poseía la apariencia de un humano alto y fornido. Si alguna mujer lo viera en ese momento, sin duda quedaría cautivada por su impresionante belleza.
Ya con los preparativos terminados, siguió con su camino.
El viaje fue tranquilo y la noche cayó. El cansancio se apoderó de él después de tantas horas de caminata, así que decidió recostarse en los pastizales, unos metros alejado del sendero. Antes de acostarse, trazó un círculo de aproximadamente dos metros de diámetro alrededor suyo y recitó un nuevo hechizo.
"KAMU FAR LENGA FORA", pronunció Azael.
Una cortina semitransparente se elevó, formando un domo sobre él.
"Este hechizo de camuflaje será muy útil. Podré descansar sin ser molestado por nada ni nadie", murmuró, satisfecho, antes de tenderse sobre la hierba.
A unos dos kilómetros más adelante, un grupo de cinco personas corría hacia el camino de tierra. Estaba compuesto por tres hombres y dos mujeres. Uno de los hombres, el más corpulento, tenía una profunda herida en el hombro derecho. Otro de los hombres lo ayudaba a correr mientras una de las mujeres lo curaba con una luz que emanaba de su mano, un hechizo de curación. Los otros dos miembros del grupo corrían detrás de ellos, con expresiones de terror en sus rostros mientras miraban hacia atrás.
De repente, un aullido resonó detrás de ellos, sembrando aún más pánico en sus corazones.
WAUUUUU!!!
El hombre grande se separó de sus compañeros y los empujó, instándolos a seguir adelante. "Váyanse, yo los mantendré ocupados por un momento. Así tendrán más tiempo para escapar", les dijo, pero sus compañeros se negaron rotundamente.
"No podemos dejarte, Rodolf. Ya perdimos a tres de nuestros compañeros, no podemos permitirnos perderte a ti también", dijo la mujer que lo había estado curando.
"Vamos, Rodolf, te cargué durante kilómetros. Deberías haber hecho esto antes, maldita sea. Ahora, vendrás con nosotros. No te dejaré aquí", insistió el hombre que lo ayudaba a correr.
"Ya falta poco, Rodolf. Solo unos kilómetros más y llegaremos a Stella", agregó el hombre que sostenía un arco.
La única que permaneció en silencio fue la otra mujer.
"Pero no hay tiempo. Si seguimos a mi ritmo, no llegaremos vivos. Me quedaré aquí y los detendré por un tiempo", respondió Rodolf, firme en su decisión. "Agar, esta era tu última misión antes de tu retiro. Durante los últimos cinco años has estado ahorrando para tu jubilación, y tienes a tu esposa e hijo esperándote en casa. Tienes más que perder que yo, que estoy solo".
Agar no respondió. La mujer curandera y el hombre del arco continuaron tratando de persuadir a Rodolf, mientras que la otra mujer observaba en silencio, con la mirada perdida en la colina por donde pasaron.
Sin esperar a los demás, Rodolf, con su mazo en mano, regresó corriendo por el camino por el que habían venido los cinco. Sabía que no lograría convencerlos.
"NOOO!!", gritaron sus compañeros, pero ninguno quiso seguirlo. Tenían miedo, miedo de morir.
Después de ver cómo la silueta de Rodolf desaparecía tras la colina, se dieron la vuelta y continuaron huyendo. Agar fue quien más lo lamentó, habiendo compartido gran parte de su vida con él, pero Rodolf tenía razón: tenía una familia que lo esperaba.
Después de correr unos minutos más, escucharon nuevamente los aullidos cercanos. Significaba que el sacrificio de Rodolf no había tenido efecto. Rápidamente, se vieron rodeados por criaturas parecidas a lobos, pero mucho más grandes. La mayoría de ellas se erguían sobre dos patas, con las patas delanteras extremadamente alargadas. Más de diez pares de ojos rojos los observaban desde la oscuridad, desde todos los ángulos.
"¡Maldición! ¡Maldita sea!", exclamó el arquero."El sacrificio de Rodolf fue en vano. Murió por nada. Estas bestias son demasiado rápidas"
"No queda más que luchar. Si alguno de nosotros logra escapar, debe advertir al gremio que esto no era un pequeño grupo de bestias. Son una enorme manada; esta no es una misión de rango C", declaró Agar, desenvainando su espada curva con determinación.
"SI", respondieron las dos mujeres al unísono.
"Si la manada sigue creciendo, causará una masacre en los pueblos y aldeas fuera de Stella", agregó la mujer curandera con gravedad.
Las bestias comenzaron su ataque sin demora. Los primeros dos se abalanzaron hacia Agar, quien bloqueó las garras de uno con su espada, desviándolas hacia la izquierda, y luego esquivó hábilmente el ataque del otro con un ágil movimiento hacia atrás. Mientras permanecía en cuclillas, realizó un balanceo con su espada, asestando un corte profundo en la pata delantera de la segunda bestia, la cual soltó un aullido de dolor. Con la bestia momentáneamente incapacitada, Agar aprovechó la oportunidad y dirigió su espada hacia el pecho de la criatura con la intención de acabar con ella de un solo golpe. Sin embargo, la bestia anticipó el movimiento y, con un salto poderoso, se elevó por encima de Agar, evitando su estocada.
Los otros miembros del grupo no estaban en mejor situación. El arquero se vio rodeado por varias bestias a la vez, logrando incapacitar a dos de ellas clavándoles flechas en los ojos, pero recibió una herida en la pierna mientras esquivaba a una tercera bestia que atacaba desde su espalda. Mientras tanto, la curandera se encontraba en el centro del grupo, dedicada a curar las heridas de sus compañeros. Aunque no podía sanarlas por completo, sus cuidados eran suficientes para aliviar el dolor y permitirles continuar la batalla. Por otro lado, la otra mujer estaba en una situación desesperada. Con tres dagas en su posesión, una de ellas yacía en el suelo, otra estaba clavada en la cabeza de una bestia caída a sus pies, y solo sostenía una con su mano izquierda, mientras que su brazo derecho estaba destrozado. La bestia caída era la culpable de su estado, había atrapado su brazo con sus fauces, pero la mujer logró clavar una de sus dagas en su cabeza. Aunque la bestia finalmente murió, seguía desgarrando el brazo con sus dientes mientras agonizaba.
La escena sangrienta era observada por un par de ojos verdes desde la distancia, pero extrañamente ni humanos ni bestias se habían percatado de su presencia.