PRIMER CONTACTO
— Ella es tu nueva hermanita, Edell Ender— dijo la madre del primogénito del reino Cenick.
La vista azulina del menor se dirigió al pequeño cuerpo que dormitaba tranquilamente en los brazos de su progenitora: la soberana del reino.
La observó con curiosidad y cierto sigilo a decir verdad, lo último que quería era un regaño por parte de su madre por ser tan expresivo. En su escudriño, notó las abundantes pecas que adornaban el pequeño rostro, sus finas cejas color negro, las largas pestañas del mismo color, la pequeña nariz en su rostro de un adorable color rosado, sus labios de un ligero color rojo, los cuales parecían querer hacer un puchero, y el corto, pero ondulado cabello negro, además, le sorprendió lo blanca que era su piel.
— ¿Mi hermana?— preguntó el de rojizos cabellos después de regresar su mirada a la mayor.
— ¡Por supuesto!, ya sabes que necesitamos de alguien para que se convierta en tu comes... y nada mejor que alguien sin ningún parentesco sanguíneo, pero con las suficientes habilidades para serte de utilidad— explicó la mujer.
— Entonces no es de verdad mi hermana— susurró más para si mismo, aún así fue escuchado por la contraria.
— No lo es, de esa manera será mucho más fácil hacerlo— dijo neutra con sus ojos azules cual zafiro observando el vacío, dándole la sensación al menor que recordaba algo, algo que probablemente tenia que ver con su cosme.
El menor asintió, a lo que la mujer le entregó a la niña depositándola en sus brazos— No olvides crear un vínculo, sin embrago, que este no sea demasiado fuerte, porque el destino de esta niña ya fue escrito y no quiero un comportamiento molesto de tu parte— le advirtió.
Volvió a asentir, después de todo que más podía decir. La mayor sonrió y se retiró no sin antes ordenarle a la ama de llaves el mayor velo y cuidado para con los dos, ya que para bien o para mal la pequeña desde ese momento oficialmente pertenecía a la familia imperial del gran territorio del Dios Cenick.
La princesa menor del imperio, Edell Ender.
— ¿Cuál es su habitación?— preguntó el infante.
— La habitación de la señorita, por órdenes de la monarca, se ha posicionado justo a lado de la suya— informó la criada, ama de llaves y de ahura en delante niñera.
El joven, con sumo cuidado no demostrado se dirigió al lugar indicado.
«Crear un vínculo...»
El infante no había tenido las mejores experiencias al momento de socializar con otras personas, por alguna razón los niños de su edad lo evitaban, los bebés se espantaban y lloraban con su presencia, y los ancianos lo aburrían, por lo que sí, él no era exactamente un genio en ese ámbito.
¿Cómo debía tratarla?
¿Cómo debía comportarse?
¿Qué debía hacer?
¡¿Qué no debía hacer?!
El equivocarse le causaba temor, y no por la simple desaprobación y decepción por parte de sus padres, sino también por el castigo que esto implicaba, después de todo un "Ender" no debía demostrar debilidad y si él debía cuidar a una niña por deseos de su madre: ¡Lo haría!, aún cuando no tuviera ni idea de lo que esta obligación implicaba.
Depositó con delicadeza a la infanta en su cuna, a sus ojos parecía poder romperse en cualquier momento; con el pensamiento de alejarse se dio media vuelta e intentó salir de la habitación, no obstante, incomprensibles sonidos, acompañados de risillas llegaron a sus oídos, sorprendiéndolo y haciéndole regresar de manera abrupta.
Jamás en su vida había escuchado sonidos como tales, tan dulces, tan... agradables. Al verla, su corazón dio un vuelco, enormes y brillantes ojos violeta, que sin su permiso, en ese momento se grabaron a fuego en su corazón y memoria. De nuevo, aquellos sonidos que le brindaban una muy confusa, pero al mismo tiempo cálida sensación se escucharon.
Sus ojos violeta lo miraban con tanta admiración, cariño y ternura que se le hizo imposible desviar la mirada, además de que el sentir y ser consciente de que el era la causa de los mismos... le produjeron un muy extraño escalofrío, acompañado de una insólita emoción.
— Hola...— dijo con un tono de voz bajo— me llamo Sacret y soy tu... hermano.
Otro balbuceo, más alto y cálido se escapó de los labios de la menor. Sonreía y y se removía en su cuna con júbilo provocando una pequeña sonrisa en los labios del heredero.
— ¿Por qué me sonríes?— le preguntó posando su cuerpo en el filo de plateado hierro de la cuna, sin embargo, mas que confusión, su pregunta fue entonada con diversión.
Se acercó un poco más y rozó con la yema de sus dedos las mejillas de la menor, sorprendiéndose al notar lo suave y cálidas que eran, la infanta aprovechó esta acción para tomarlo por sorpresa y secuestrar su extremidad. Jaló, acarició y se acunó en la mano del heredero, dando inicio a una de las primeras tantas veces que el contrario se permitiría sentir ternura, calidez y aprecio.
Su confusión hacia el extraño apego que la femenina había parecido desarrollar de manera instantánea hacia él creció, pero disfrutaba, muy a su pesar y temor, de las sinceras y adorables muestras de afecto de la susodicha.
— Edell...— susurró con cariño para sí mismo.