Dagomar II Yruretagoyena.
―La parca ascenderá para arrastrar a las tierras del continente a la oscuridad. ―La hechicera de ojos grisáceos lanza polvos en la gran mesa de guerra―. ¿No tiene curiosidad sobre sus futuros enemigos, príncipe? Bien ―hace una pausa antes de agregar―, escuche con atención. La sangre y la muerte caminarán a su lado cuando se corone como el conquistador de Gran Ruina de la Muerte. La sangre de niños, mujeres y hombres, se va a deslizar por el campo de batalla... todos ellos, envenenados hasta los dientes... morirán sumándose al ejército de muertos vivientes de la familia Yruretagoyena ―sentencia cuando un humo oscuro cubre la mesa. Aun así, el rostro avejentado de la anciana muestra pesar. ―La muerte vendrá años más tarde, Dagomar II Yruretagoyena nombrado "El Conquistador Corrompido".
Frunzo el ceño.
―¿Muerte?
―El destino de sus herederos será la muerte, al igual que el de su encantadora esposa. —Con las manos temblorosas, de manera cuidadosa, roza con la yema de los dedos los territorios del Este—. Debe casarse con la heredera de estas tierras y asegurar la descendencia de un primogénito prometido. No obstante, por ningún motivo codicie lo que la muerte no pueda darle o vendrá la pérdida.
«La Casa Valiciana.»
Los pensamientos vuelan sobre aquellas tierras fértiles y la imagen borrosa de una joven mujer de la que se habla con tanto entusiasmo. Una isla que rebosa de mujeres puras y amantes de las artes, incluida la política. Bellezas. Todas ellas capaces de doblegar a los hombres.
«Una estrategia.»
―Llama a un erudito de la academia y haz que documente lo que acaba de suceder ―demando y mi consejero asiente.
―Sí, príncipe.
―Sus palabras van a pasar a ser historia. ―Ella se muestra complacida. ―En cuanto a su vida... no se arrepentirá de haber decidido desembarcar en la Bahía de Boca de Dragón, Blumara Sornarza.
El sonido de las espadas y las armaduras de los hombres que me escoltan resuenan al chocarse entre sí. Ellos abren el paso para que pueda retirarme de la sala de armas.
Sin embargo, al voltear en el sitio, el eco del chasquido de la mujer me detiene.
―Recuerde. —La miro sobre mi hombro y el silencio establece un ambiente de incertidumbre. ―Primero vendrá la sangre, traerá gloria para Yruretagoyena, la cual va a posicionar la corona. Pero... ¡La muerte! Ella destruirá todo si no se la consiente.
No respondo.
En estos momentos necesito continuar mientras mantengo un paso firme cuando camino y me dirijo hacia la conquista. No debo hacer ruido, pero lo cierto es que haberme adueñado de la Bahía de Boca de Dragón será la excusa perfecta para que ellos vengan y sean asesinados por mi espada.
Me aferro al mango de ella con fuerza.
Mi ejército aumentó y las personas están furiosas, ya no desean estar bajo el mando de una familia egoísta. Por esa razón, les daré la victoria que se merecen y traeré la corona a casa, sobre mi cabeza o la de un cadáver.
―¿Iremos a Runa del Alma?
Me detengo en el pasillo para contemplar las olas golpear la arena.
Un panorama violento debido a la marea, los fuertes vientos y una posible tormenta que se ve en el horizonte mientras los soldados retiran o queman los cadáveres embestidos en batalla.
Luego me volteo para ver los ojos de tonalidad rojiza de mi sangre.
―Sí —murmuro―. No voy a retrasar mi última reunión con Dominic, Donovan.
Él se muestra incómodo por mis palabras.
―¿Confías en la profecía? —pregunta con seriedad―. Sangre, ella siempre se ha deslizado de nuestras manos, incluso podemos ver a la muerte cuando nuestros soldados salen de la tierra. La oscuridad es parte de nosotros, por esa razón pienso que solo fueron falacias de una hereje. Se trata de una bazofia dicha por una desertora desesperada.
Donovan da un paso al frente. Entonces, el amanecer alumbra su rostro, el cual me expresa intranquilidad.
«No tenías que seguirme.»
―Tranquilízate. ―Me atrevo a posar una mano en la cabeza de mi hermano menor y él se encoge mientras oprime con fuerza los labios para aguantar el llanto―. Sea o no una profecía, nada cambia que voy a hacerme con los territorios del continente. Le daré a nuestra gente las tierras que le fueron usurpadas.
―¿Qué hay de la Casa Valiciana? Ellos ignoran las guerras. ¡Sus mujeres! Sabes que asesinan a sangre fría a los hombres que pisan la isla. ¡Te matarán!
El mentón le tiembla porque no puede evitar que la voz se le quiebre.
―¡Vuelvan a caballo!
Mis soldados hacen sonar las armaduras antes de retirarse dejándonos solos.
―¿A qué le tienes miedo?
―Muerte.
Enarco una de las cejas.
―Eres tú quien se ha preparado dieciocho años para convertirse en el príncipe heredero de Runa del Alma —reclama. Luego, de manera exagerada, se mueve y señala su espalda. —¡Los soldados siguen todas tus órdenes sin rechistar! ¡Te ven como un ejemplo! ¡Eres su orgullo! ¡El pueblo ama a su príncipe! ¡Las grandes ciudades aclaman la presencia del gran Dagomar II! Pero qué hay de mí, ¿qué debería hacer si no vuelves vivo de esa guerra? ¡Nuestro padre está muriendo!
―Volveré —aseguro sin siquiera dudarlo. No obstante, aquella mirada enrojecida por las lágrimas logra afligirme y hace que abrace a mi familia. ―Con la victoria o en ataúd.
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―¡Dominic Yruretagoyena!
Ingreso a los aposentos del rey, mi padre. Un hombre que cedió más de medio continente a la cabeza del Clan Torrence, Campbell.
Estoy obligado hablar de manera elocuente para que pueda oírme, ya que se ha convertido en un anciano miserable que no escucha y lo mismo digo de su visión que es una vergüenza para los Yruretagoyena.
Las doncellas bajan la cabeza ante mi presencia y se marchan a fin de no ocupar espacio.
―Dagomar —suspira con confusión.
El viejo trata de buscarme con la mirada, pero se muestra desorientado.
―Ya no tienes que esforzarte. ―Pongo la mano en el hombre de él, por lo que se encoge debido a la pobreza de un cuerpo deteriorado por el tiempo. ―Muérete ―suspiro.
Es una lástima que este sea el final de un hombre de la Casa Yruretagoyena.
Yo jamás comprendí las intenciones de mi enfermo padre, incluso siendo capaz de poder hacer temblar al continente. Él decidió entregárselo a alguien solo por poseer a una bestia voladora que despilfarra fuego por la boca. Me atrevo a llamarlo cobarde e infeliz, porque es una vergüenza para su familia y gente. No somos ángeles, por esa razón debí motivarlo años más tarde para reclamar sus tierras porque Campbell no es nadie sin sus dragones.
«No son más poderosos que nosotros.»
―Me convertiré en el soberano de Gran Ruina de la Muerte, Dominic.
―Escúchame, Dagomar... —gime de dolor gracias a su intento fallido por acomodarse. A cambio, le brindo una mano y lo ayudo a sentarse—. ¿Por qué? No deberías arriesgar de esa manera la vida de cientos de civiles y soldados por tu codicia.
―¿Mi codicia? ―perturbado, pregunto entre dientes―. Yo no fui el cobarde que renunció a sus tierras y derechos por temor. Las personas allí afuera se mueren de hambre, ¡no solo cediste territorio! ¡Vendiste a los civiles!
―¡La guerra no garantiza la corona! Además, te presentas ante la pérdida. Sé consciente de que nada bueno puede salir de esto. Cierra la boca y sigue con la descendencia de los Yruretagoyena.
―¡Blasfemia!
―¡Basta! No eres Dagomar I, eres el II. ¿En serio piensas qué eres capaz de tener a un continente a tus pies? ¡Se trata de bestias!
―¡Es lo que diría un pusilánime! La sangre y la muerte están de nuestro lado. —La ira se desata en mi interior. Así que, me aferro al camisón de este viejo para acercarlo. —Y aun así sigues pensando en huir...
―Ella no va a volver... ―susurra. El enojo me obliga a tirarlo sobre las sábanas, por lo que tose con fuerza―: podrás pisotear las veces que desees al Clan Torrence y a Campbell, pero tu madre no va a volver. Las Casas tienen miedo y otros rencores, aun así, ¿pretendes que se alcen por tu melancolía?
―Mi juicio no se nubla por una mujer. No volteo a ver a cobardes, Dominic —hago una pausa y oír su respiración agitada me produce una sonrisa de satisfacción—. Yo estoy hecho para llevar la grandeza de los Yruretagoyena y reinar Gran Ruina de la Muerte como mis antepasados.
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La visita de Dagomar II a los aposentos de un pobre infeliz marcó un antes y un después en la historia.
Se documenta que 53 años d. C el rey Dominic, "El Cobarde", murió en un abrir y cerrar de ojos. El pueblo, lejos de estar dolido por la muerte del soberano de Runa del Alma, se dedicó a festejar que la corona era puesta en la cabeza de un joven amado, Dagomar II Yruretagoyena, también llamado "La Espada de la Gloria".
Su siguiente movimiento fue trasladarse a territorio valiciano en donde se haría con la primogénita de la familia a través de un acuerdo. Uno que llevó tres noches, seis minutos y nueve segundos. No obstante, pese al tiempo, la Casa Valiciana se mostró complacida por la visita. Se dice que la boda de Alpia Valiciana y Dagomar II Yruretagoyena se celebró durante un mes. Nuevamente, un movimiento ilustre que lo llevaría al poder y llamaría a la gloria. Los amantes de las artes llenaron el continente de Ytegoyena de cánticos sobre el ilustre matrimonio.
Por otro lado, las tropas de los dragones rojos y serpientes se movían con rapidez del centro a las costas en donde el joven general se hacía con sus tierras. No obstante, eran todos abatidos. Los muertos salían del suelo arrastrándose y la oscuridad cada vez envolvía más el cuerpo del hombre, marcándolo, dando a entender que la fuerza de su sangre era invencible y perduraría a lo largo de los siglos.
Dagomar, segundo de su nombre, apodado también "Padre de la Muerte", poco a poco estaba trayendo la grandeza que le había prometido a su pueblo. Incluso los civiles con poca capacidad para pelear se alzaron con la finalidad de luchar por sus derechos junto a su príncipe.
La guerra recién estaba empezando. Los muertos antes asesinados por manos de un goyena incrementaban con el pasar de los días y las semanas. La oscuridad manchaba el cuerpo de Dagomar, un privilegio, los ciudadanos lo alababan y las Casas viajaban para expresar la majestuosidad de su futuro soberano. La sangre bañaba la espada y las sombras que se desprendían de ella cada vez que tocaba el campo de batalla convertían todo en un caos.
Las serpientes abandonaron la guerra cuando se cruzaron al monstruo de sangre goyena, dejando a los dragones.
Luego de siete años, 60 años d. C, llegó el tan esperado encuentro entre Torrence e Yruretagoyena. Para la mala suerte de Campbell, Dagomar ya no era un inexperto. En resumen, la batalla no fue larga, más de medio continente estaba a un lado de la muerte y su ejército había incrementado a un número inimaginable. Las pequeñas Casas que acompañan a Torrence también fueron pisoteadas o seducidas por el poder. Dagomar II Yruretagoyena, nombrado "El Conquistador Corrompido", extinguió a los dragones y a todo aquel que se llamase Torrence.
La guerra había llegado a su fin y un nuevo soberano se sentaba en el trono con una victoria devastadora. Los continentes miraban desde la distancia siendo indiferentes, pero aceptaron la gloria del rey enviando innumerables regalos y cartas.
―¡Saluden a Dagomar II Yruretagoyena! ¡El Conquistador Corrompido! ¡Soberano de Ytegoyena! ¡Rey de Gran Ruina de la Muerte! ¡Espada de la Gloria! ¡Padre de la Muerte! Y. ¡Domador de Dragones!
Los ojos rojizos de Yruretagoyena se posaron en la mujer más hermosa del continente y le tendió la mano con el objetivo de recibir el roce suave de esta.
Entonces una sonrisa fresca aparecía en sus facciones varoniles.