En la mansión del Vizconde Dorstone, el nigromante y el demonio estaban sentados en sofás colocados uno frente al otro.
Jake estaba escribiendo algo en un pedazo de papel con una pluma de ave. La tinta era una mezcla de su sangre y la de Minerva.
La mujer había cruzado sus piernas, mirando profundamente los caracteres desconocidos que el demonio estaba escribiendo.
Tras anotar todo, Jake levantó la cabeza y captó una vista agradable.
Podía ver las esbeltas piernas pálidas de Minerva. Su carne tirante se superponía una encima de la otra, tentándolo a acariciar y abofetear sus muslos.
Minerva no se molestó en cubrirlas. Presionó el sofá elástico con sus pesados melocotones y orgullosamente inclinó su cintura hacia adelante. Los dos montones de carne dejaron huellas en el sofá. En su mente, le gustaba cómo Jake sonreía al ver su cuerpo.
Sin embargo, él no sonreía solo por eso.