—¡Sálvame! —rugió un conejo, pero fue en vano. En este momento cada conejo era por sí mismo. El Comandante suplente Capitán Jimmy estaba teniendo problemas para mantenerse sobre el conejo en el que había empezado a montar, pero después de todo, no era ordinario. Había construido a los guerreros Pavo Real lado a lado con la Princesa Layla y había conquistado muchas bestias.
Solo la siempre escurridiza ballena voladora había permanecido a salvo de él —ni siquiera el minijefe de la Posada, la tortuga gigante, había podido evitar ser su montura. Aunque para ser justos, la tortuga nunca intentó resistirse para empezar. Aún así, Jimmy era un niño implacable. Se había aferrado a la espalda del conejo grande apretando los muslos y sostenía sus orejas como si fueran un arnés. Podía saltar cuanto quisiera, pero él nunca se dejaría caer.
O eso pensaba.