—¿Dónde está el Príncipe Heredero? —gritó el Emperador con fuerza mientras volvía apresuradamente a la sala sagrada del Palacio Real.
Su cabello estaba alborotado, y su armadura de plata aún estaba sucia del barro y la sangre que le habían salpicado hace un rato. Sus ojos estaban llenos de rabia y preocupación mientras miraba a izquierda y derecha para ver si todo había sido una estúpida broma.
Sin embargo, al ver la expresión grave en los rostros de los sirvientes y las lágrimas en los ojos de la Emperatriz, pudo darse cuenta de que la estúpida broma no era más que la realidad.
Habían pasado cuatro semanas desde que escuchó por primera vez que el Príncipe Heredero había desaparecido así sin más. El Emperador se retiró con su ejército inmediatamente y regresó a la Capital del Vacío Empíreo Lacardiano mientras ordenaba al Creadoriano más fuerte que le siguiera.