El grupo emprendió un viaje a través de los retorcidos arroyos que atravesaban el paisaje abisal.
Mientras navegaban por las turbulentas corrientes, los tonos del entorno cambiaban de rojos ardientes a grises cenizos, reflejando la desolación del reino demoníaco.
Los arroyos, que fluían con una sustancia viscosa y de otro mundo, los transportaban sin problemas a través del infernal desierto.
El aire estaba cargado del olor a azufre, y los ecos distantes de rugidos demoníacos resonaban a través de la extensión árida.
En ese momento decisivo, los tentáculos de la conciencia lentamente regresaron a Iraelyn. Sus ojos parpadearon abriéndose, ajustándose gradualmente al caótico entorno de la arena demoníaca.
—¡Ah! ¡Iraelyn! ¡Finalmente despertaste! —exclamó Vivi con evidente alivio.
—Es bueno que despertaras. Pensé que nunca lo harías —terció Desira.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Azazel, con preocupación dibujada en su rostro.