—¿¡Rey Demonio?! ¿¡Rey Demonio?! —El rugido de Voraxa resonaba con furia, sus ojos ardían en carmesí, sangre manaba de ellos—. ¡Cómo te atreves a revelarte después de todos estos años! ¡Cómo te atreves a abandonarme! ¡Cómo te atreves a someterme a siglos de agonía en tu ausencia!
—¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves! ¡GaaAarRgh!
El semblante de Voraxa experimentó una transformación grotesca. Sus rasgos cambiaron desafiando las leyes de la naturaleza.
Su rostro, antes imponente, se contorsionó, como si la esencia misma de su ser se rebelara contra su propia forma. La piel en su colosal figura parecía ondular y retorcerse, recordando a la cera fundida que cae de una vela.
En una exhibición perturbadora, la inmensa figura de Voraxa convulsionó con una intensidad sobrenatural. Era como si la ira que pulsaba dentro de ella buscara escapar, haciendo que su colosal forma se retorciera y temblara con una energía inquietante.