La serena expresión de la Reina Blanca permanecía inalterada, su mirada fija e inescrutable. Un destello de empatía se vislumbraba en sus ojos, pero sabía su papel, atada por las leyes y responsabilidades que gobernaban su reino. Con una sutil negación de cabeza, interrumpió con gracia la súplica de Elena.
—Princesa Elena —la voz de la Reina Blanca resonaba, portando un aire de sabiduría y un atisbo de tristeza—, entiendo tu deseo de mi ayuda, pero debo acatar el delicado equilibrio que sostiene la trama de nuestros reinos. Como la Reina Blanca, mi propósito radica en preservar el equilibrio y mantener la armonía de los juegos justos.