Por todo el palacio, había varios jardines secretos y rincones ocultos, cada uno lleno de su propio arreglo único de flores y plantas. El aire siempre era cálido y dulce, y el sonido de los pájaros y suaves cascadas se podía oír en la distancia.
—Por cierto... —volvió al presente con la voz de Alroth.
—¿Van a compartir una habitación? —Ren no había procesado de qué estaba hablando la Dríada y, cuando notó la cara roja de Elena, quiso golpear a la Dríada en la cabeza.
—No —dijo Ren con tensión—. Tendremos habitaciones separadas.
Al escuchar el tono enérgico de Ren, Elena hizo una mueca. —No tienes que estar tan en contra de la idea.
Ren alzó una ceja hacia ella. —¿De qué estás hablando?
Elena giró la cabeza hacia adelante e ignoró a Ren. —Nada. Arloth, llévame a mis aposentos. Quiero retirarme temprano.
—Sí, mi Señora —respondió Arloth.
Mientras Elena y Arloth avanzaban, Ren se quedó atrás, pensando en la razón por la que la Princesa actuaba de forma extraña de nuevo.