—Póstrate ante ella y ruega por su perdón hasta que te perdone, y retiraré mi aviso rojo al público —dijo.
—. . . —Ren pensó que había escuchado mal, pero la seriedad en el rostro de Serius le dijo lo contrario.
Realmente pensó que Serius era un hombre con corazón de acero y gobernaba su reino con puño de hierro. Pero con solo una palabra de su hija, retiraría lo que ya había dicho al público. ¿Él? ¿Un hombre cuya palabra era ley?
Esto reforzó la creencia de Ren de que Serius no tomaba en serio a su grupo, Conquistador del Mundo. No lo tomaba en serio a él.
Ren hubiera preferido que Serius lo chantajeara para unirse al León Negro o incluso que le pidiera derrotar a un jefe mundial y traer de vuelta objetos raros. Al menos, de esa manera, reconocería su poder en el juego.
Pero no... Serius lo estaba tratando como una broma. Alguien cuyo destino era decidido por su hija de dieciséis años. En sus ojos, él era solo el juguete de su hija y nada más.