En la mansión de Beatrix, voces fuertes resonaban en todos los rincones de la sala de estudio.
Beatrix estaba histérica y señalaba dramáticamente hacia sí misma. —¡No es mi culpa! ¿Por qué están tomando todo ese dinero que se supone que me pertenece?
No podía contener sus emociones al enfrentar a los hologramas sentados en la larga mesa. Para empezar, ella no era del tipo tranquilo.
—Es porque perdiste esos objetos que valen el premio en dinero. ¿No entiendes las consecuencias de tus acciones? ¿No comprendes cuánto dinero perdimos por tu negligencia?
—¿De qué están hablando? ¡Este es mi gremio! Yo lo hice. Ustedes no tienen ningún derecho de insultarme y dictarme qué hacer.
—Al parecer, querida —intervino una dama anciana—. En el momento en que tomaste nuestro dinero. Este gremio es prácticamente nuestro. Tu porcentaje en Cuervos Feroces es solo del veinte por ciento.
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