—Ren, ¿estás en el juego ahora mismo? —preguntó Leonel con su voz hiperactiva de siempre.
Ren miró el reloj digital en su mesa de noche y gruñó. Ya eran las siete de la mañana. La siesta corta que se suponía que iba a tomar anoche después de su conversación con Saya se había convertido en doce horas de sueño.
Parecía que estaba física y emocionalmente agotado después de su incursión.
Fue más por las mujeres chupándole la energía.
—No. ¿Por qué? —respondió Ren.
—¿Has hablado con Saya? ¿Aceptaste entrar a León Negro?
Ren se frotó los ojos y gruñó. —Sí y no. No quiero entrar a un gremio, Leo.
—... —Leonel estuvo callado en la otra línea por un momento breve antes de decirle a Ren—. Creo... que voy a intentar entrar.
Los ojos de Ren se abrieron de golpe, y se sentó de un salto, y la manta se deslizó hacia su torso, dejando su pecho desnudo al aire. —¿Eh?
Ren aún debía estar soñando. Estaba oyendo cosas.