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El Emperador y su hermana se vistieron apresuradamente y corrieron a las ventanas, donde presenciaron el caos que se desataba cerca del Palacio.
Los sonidos de la batalla retumbaban en el aire mientras observaban a los guerreros de sangre real del Ejército Real siendo atacados por un asaltante desconocido.
Para su sorpresa, tanto los guerreros de sangre real como el atacante poseían la habilidad de sanar sus heridas con facilidad, llevando al Emperador a creer que el asaltante también era de sangre real.
—¿Quién tendría la audacia de atacarnos? —reflexionó el Emperador en voz alta, con la frustración evidente en su voz. A lo largo de la historia, la Capital Real nunca había sido sujeta a tal asalto. Ellos eran los verdaderos gobernantes de la tierra.
Con igual preocupación, su hermana replicó:
—No importa quiénes sean. Si pensaron que podrían tener éxito con la ayuda de una sola persona, están muy equivocados.