La cámara del tesoro tembló bajo el impacto del martillo de Lily Sangrienta contra la criatura, resonando un estruendo retumbante que rebotaba en las paredes de ladrillo de la habitación.
El aire caliente impregnado de metal fundido envolvía la habitación, mientras las garras de la abominación se retorcían, tratando de agarrar al intrépido jugador.
Maelstrom observaba la escena atentamente, sus ojos hundidos fijos en la batalla que se desplegaba. —Tienes determinación, Lily Sangrienta —comentó, su voz resonando como un eco—. Pero este guardián es una manifestación de la avaricia misma, y su hambre de poder es insaciable.
Cuando terminó de hablar, la criatura, aunque herida, rugió en respuesta. Su piel dorada, una amalgama torcida de metal y carne, mostraba signos de grietas y desgaste. Sin embargo, su furia ardiente no disminuía, y sus garras afiladas como navajas buscaban venganza por la audacia del jugador más que cualquier otra cosa.