En el flanco este del campo de batalla, el forcejeo entre las fuerzas necrománticas de Sebastián y los Fantasmas Brisaveloz había alcanzado su punto álgido.
Las legiones de no muertos, conjuradas por el anillo necromántico de Sebastián, avanzaban incansables, imperturbables ante el miedo mortal o la fatiga.
Cada soldado caído era convertido en una adición más a sus filas por el liche anciano, lo que hacía la situación cada vez más crítica para los Fantasmas Brisaveloz.
Por otro lado, los Fantasmas, un grupo diverso de elfos, cazadores humanos, ninfas y druidas, adoptaron la estrategia de combatir con fervor y agilidad.
La magia basada en la naturaleza brillaba en explosiones, enredando a los no muertos con gruesas vides o azotándolos con granizos de espinas afiladas.
La lluvia de flechas era casi constante, pero contra criaturas sin carne y solo huesos, esas lluvias de flechas no eran tan efectivas como lo serían contra legiones vivas.