Bret comenzaba a tener dolor de cabeza. Habían pasado días y los refugiados no dejaban de llegar. El número de reglios que también se ocultaban en las sombras había aumentado mucho. No tenía idea de qué intentaban lograr los reglios después de que tantos de ellos habían muerto en cuanto entraron a la ciudad. Era como si estuvieran mandando a los suyos solo para morir.
—¡Esto no tiene ningún puto sentido! —Bret gritó mientras otro reglios se convertía en cenizas. Miró sobre la fila de refugiados y realmente quería gritar: «¡Todos ustedes putos reglios que se ocultan en las sombras de la gente aquí, ¿son realmente tan estúpidos que no pueden darse cuenta de que no pueden usar las sombras para entrar en nuestra ciudad y vivir!?».