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En lo profundo de la instalación de entrenamiento de la técnica mental, en una habitación aislada, Rui estaba sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados.
Estaba estoico, inmóvil.
Las paredes de la habitación aislada estaban acolchadas con una sustancia esotérica encontrada en las cuevas de la cordillera de la Montaña Basara, muy al oeste del pueblo de Hajin, que aislaba el sonido a un grado extremadamente alto. Ni un solo decibelio lograba escapar de su agarre.
Era tan silencioso que Rui no podía oír nada más que su propio latido del corazón y su propia respiración.
Aun así, no lo distraían.
No.
Lo guiaban en el vacío.
Lo guiaban mientras atravesaba su propio y vasto Palacio Mental.
Su cuerpo estaba en la Academia.
Su conciencia también estaba en la Academia.
Y sin embargo, no estaban en el mismo lugar.
Uno estaba en una ubicación física real y el otro estaba en un producto de su imaginación meticulosamente reconstruido dentro de su propia mente.
