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—Sir Aethelwolf, el ejército pronto se enfrentará a la fuerza rebelde, por lo que no podré responder por un tiempo —William reportó su situación a Aethelwolf. La batalla que se aproximaba lo ponía nervioso, haciendo que sus hombros temblaran. No esperaba convertirse en soldado pasando de ser un sirviente en la Mansión del Lago Dorado.
—Necesitas mantenerte seguro. No dudes en usar los runas defensivos que te di —una respuesta llegó desde el cristal de comunicación.
—¡Sí, señor!
—Está bien. Colgaré aquí. No mueras y vuelve entero.
La llamada se desconectó después de eso.
William guardó el cristal de comunicación dentro de su objeto de almacenamiento. Fue entonces cuando escuchó los gongs de guerra.
—¡Está empezando! —murmuró. Un sudor frío le recorrió las mejillas al sentir la atmósfera que impulsaba la sangre.
Observando a sus subordinados, forzó una cara de calma y gritó —¡Vamos!