Sin previo aviso, el hielo sólido bajo el cuerpo de Rio cedió, transformándose en un ardiente y derretido pozo de magma. El intenso calor lamía con hambre su cuerpo ya maltratado y amoratado, chamuscando su piel y amenazando con consumirlo por completo.
Mientras el calor abrasador lo envolvía, el rostro de Rio se contorsionó con un dolor inimaginable. Sentía como si sus propios huesos se derritieran, y la agonía era insoportable. Su cuerpo se convulsionaba con cada ola de tormento, y podía sentir cómo su mente se desvanecía, incapaz de soportar el ciclo incesante de sufrimiento.
El dolor era tan intenso que sentía como si estuviera al borde de la locura, al filo de perder la cordura en el infernal calvario.
Rio luchaba por tomar una profunda bocanada de aire, su pecho se elevaba con esfuerzo mientras peleaba por mantenerse consciente. El dolor insoportable había castigado su cuerpo hasta sus límites más extremos, dejándolo drenado y exhausto.