Una de las salas subterráneas del Culthold estaba envuelta en oscuridad, el silencio colgaba espeso en el aire como un velo sofocante.
La luz oscura de unas pocas lámparas parpadeantes proyectaba largas sombras a lo largo de las frías paredes de piedra. Ante ellos se erguía un ataúd negro, su superficie brillando débilmente, un monumento solemne a la chica que todos habían perdido.
El cuerpo de Emiko yacía encerrado dentro, su lugar de descanso final demasiado cerca de las mismas sombras que habían reclamado su vida.
Asher permanecía en silencio, sus ojos fijos en el ataúd, sus rasgos se suavizaban con una mezcla de dolor y arrepentimiento.