Para cuando el Sr. Gu y David llegaron al estacionamiento exterior, Kary ya era un rastro azul en el cielo, lejos en la distancia.
—Dudo que podamos conducir lo suficientemente rápido para alcanzarla —rió David.
—No es momento para bromas, joven. Si muere uno de los Zhong Kui, nunca dejarán pasar esto. Debemos alcanzarlos antes de que el Sr. Leduc o la Sra. Deveille cometan lo irreparable.
David lo miró con ojos molestos.
—¿Y de quién es la culpa? —se burló.
El Sr. Gu apretó la mandíbula.
—Sí. De todos modos. Tengo una manera más rápida de llegar allí. Pero implica llamar mucho la atención. Así que espero que tu jefe encubra esto. Se supone que debo mantenerme en las sombras, ¿recuerdas?
—Lo que sea necesario. Solo apúrate. El tiempo no es un lujo que tenemos.
David asintió, satisfecho con la respuesta.
Se inclinó, poniendo su mano en su sombra y murmuró en ella.
