Alex y Kary entraron en el elevador, llevando cada uno una bolsa con ropa de repuesto. Sus rostros eran estoicos, con el peso de los próximos días ya pesándoles encima.
Cuando las puertas se cerraron, Kary miró a Alexander.
—¿Y si no podemos detenerlos? —preguntó, la nerviosidad filtrándose en su voz.
—Para. No pienses así desde ahora. Podemos hacerlo. Tenemos que hacerlo. Estaremos bien.
Alex le frotaba la espalda un poco, tratando de confortarla, y seguía mirando su reflejo en las puertas pulidas.
—Si fallamos, mucha gente morirá. No podemos permitirnos fallar.
Los cincuenta pisos hacia abajo se sintieron más largos de lo habitual, los dos de pie allí en silencio, Alex frotándole la espalda a Kary mientras ella miraba sus pies, profundamente perdida en sus pensamientos.
No había mucho más que él pudiera hacer. Si hubiera una frase mágica que pudiera decirle para que se sintiera mejor, la diría.