Rodney sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal al mirar sus caras sonrientes. Supo entonces que el destino del hombre había sido sellado.
Sellado por él.
Pero no podía sentirse mal por él. No después de los problemas que causó aquí, bajo su techo, y los problemas resultantes cuando fueron a Temiscus.
Fénix miró a Alena y Castien pero ya sabía lo que pensaban. Sus sonrisas felices decían mucho.
—Creo que debería morir de la manera de su reino. Pero sin los derechos a las misericordias de su rango. ¿Ustedes dos qué piensan? —preguntó Fénix, mirando a Alena y Castien.
—Creo que saldaría su deuda de sangre por completo —dijo Alena, su sonrisa inalterable.
Asintiendo, ella miró hacia Castien.
—¿Y tú?
—Secundo lo que dijo la Comandante Alena —respondió Castien.
—Muy bien.
Rodney miró hacia los monarcas, abriendo su boca de nuevo.
—Me gustaría añadir algo —dijo, casi suplicando.
Fénix le hizo un gesto con la mano para que hablara.