Coral lloró desconsoladamente durante quince minutos sin interrupción, hasta el punto de quedarse sin lágrimas. Todas las emociones contenidas dentro de ella se liberaron en este flujo de lágrimas, mocos y balbuceos ininteligibles que las personas a su alrededor solo podían escuchar y empatizar.
Su prometido, Castien, se sintió culpable de no poder hacer nada para ayudar. Al mirar al Rey Astaroth, sabía que el hombre no le permitiría unirse al abrazo.
Y aunque lo hiciera, solo abrazaría a la Reina Fénix y a su madre, sin siquiera alcanzar a su prometida.
Pero su culpa era más profunda.
La culpa de no poder protegerla, de estar allí para ella, cuando estaba en peligro. La rabia lo llenaba mientras pensaba en las atrocidades cometidas contra la mujer que amaba.
Sus puños se cerraron tan fuerte que sus uñas se clavaron en sus palmas, mientras la sangre comenzaba a gotear por sus dedos hacia el suelo.
Astaroth pudo oler el líquido carmesí y miró a Castien.