Después de vestirse con el uniforme gris pálido que Talbot le había traído, Alex salió del cuartel, su pelo todavía húmedo de la ducha. Pero, al menos, ya no goteaba sangre.
La mujer lo miró y asintió.
—No te queda nada mal, chico. ¿Te interesa unirte? Estoy segura de que podrías aprender una o dos cosas de unos profesionales. Como, ¿cómo no cubrirte de la sangre de tus víctimas, tal vez? —bromeó ella.
Alex se burló de su broma.
—Sin ofender, señora. Pero creo que podría matar a todos en este complejo y escapar con vida si quisiera —respondió, echándose hacia atrás el pelo con una sonrisa diabólica.
La mujer sintió el mismo escalofrío de antes cuando él la había mirado fijamente a ella y a sus colegas. No estaba bromeando, ella podía sentirlo.
No sabía si era confianza o bravuconería vacía. Pero podía sentirlo en sus entrañas: él creía en sus palabras.
No estaba de humor para averiguarlo, sin embargo.