—¡Eres un pedazo de mierda repugnante! —¡Zas!
Una niña que parecía no tener más de once años fue golpeada en la cara por su padre y lanzada a rodar por el suelo.
Debido a que no se le había permitido usar el baño, su vejiga se había llenado más allá de su límite hasta que finalmente se hizo pis encima.
Su padre encontraba tal acto increíblemente aborrecible y sentía que sus golpizas proporcionarían la corrección de rumbo necesaria.
Si a la niña le dolía este trato, no lo mostraba mientras arrastraba su cuerpo débil y desnutrido del suelo.
—¡Maldita inútil! ¿Por qué no puedes ser como tu hermano? —La niña simplemente mantuvo su cabeza gacha como si hubiera oído esas palabras miles de veces antes.
El hombre continuó gritando e insultándola durante lo que pareció una eternidad antes de agarrarla del pelo y tirarla dentro de un armario.
Ella estaba acostumbrada a ese armario y de hecho se sentía más en casa allí que afuera.
Ese lugar era su santuario.