En una casa familiar mediana y agradable, un solo hombre dragón se preparaba para ir a trabajar temprano en la mañana.
Pasó revista a sus bolsillos en busca de sus llaves y frunció el ceño al no encontrarlas.
—Maldición… ¿para qué me molesto en cerrar el restaurante si voy a llegar tarde…? —se preguntó.
Inspeccionó la mesa de su cocina en busca de las llaves de su tienda y frunció el ceño al encontrar en su lugar dos trozos de pergamino desconocidos.
Con solo un vistazo, pudo confirmar que eran documentos oficiales de la familia real.
Justo antes de tener la oportunidad de empezar a leer, el teléfono dentro de su bolsillo comenzó a vibrar.
Sacándolo, vio que era su hija adulta quien llamaba y contestó sin pensarlo dos veces.
—¡Papá! ¿Tienes unos papeles en tu escritorio del emperador también? —exclamó.
—¡Gubba! —se escuchó una voz a lo lejos.
—Ah, Jae-woo dice hola —la hija del hombre levantó a un dragón recién nacido con brillantes escamas amarillas y alas diminutas.