Después de que Atenea cayera a través del techo del templo de Anubis, Thea saltó a través del agujero en la estructura para poder pararse encima del pecho de Atenea.
Sonriendo, apuntó su espada directamente a su cuello como si intentara señalar su victoria.
—Ahora, ahora, ¿miras el desastre que hiciste en este bonito lugar? ¿No te da vergüenza? —preguntó.
—¡Y-Yo tropecé, desagradecida! —respondió Atenea.
—Las excusas no son propias de alguien de tu edad, ¿sabes? —comentó Thea con sarcasmo.
—¡Puta! —exclamó Atenea indignada.
Apofis sintió sus ojos abrirse de la sorpresa al mirar a su hermana en su nueva y aterradora figura.
¿Piel negra? Su padre y abuelo la tenían, así que no era gran cosa.
¿Cuernos? Estaba un poco celoso de que los de ella fueran más grandes que los suyos, pero igual eran geniales.
¿Cola? Iba a tener que enseñarle a usarla para abrir botellas de cerveza.
No, sus problemas eran mucho más grandes que esas trivialidades.