—¡Agghhhh! ¡Te odio por hacerme esto! —exclamó ella.
—No lo dices en serio, amor. Ya casi está aquí, solo sigue empujando —la alentó él.
—¡Estoy intentando, pero nuestro hijo heredó tus enormes cachos! —se quejó Audrina.
—Los tuyos tampoco son mucho más pequeños que los míos —dijo él con tono burlón.
—¡Abadónnnnnnn! —gritó ella.
—Correcto, solo relájate —dijo él con calma.
Abadón colocó su mano sobre la frente sudorosa de Audrina y una pequeña luz rosa envolvió su palma. El cuerpo de su esposa se volvió notablemente menos tenso, y la aterradora cantidad de ira en su sistema comenzó a escapar a un ritmo acelerado. El resto de las esposas estaban de pie alrededor de la cama, con expresiones de preocupación y nerviosismo coincidentes.
—Oye... yo no estaba tan mal, ¿estaba...? —preguntó Seras.
—Sí —respondieron todas.
—No... no quieren decir esa... —balbuceó Seras.
—Sí queremos —afirmó Bekka.
—De hecho, estabas peor que ella —agregó Lailah.