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Era temprano en la mañana siguiente a la resurrección de Lillian.
Abadón se encontraba actualmente en la sala de entrenamiento, practicando sus artes marciales contra nada más que el aire.
A pesar de no mostrar signos de sudor o agotamiento, ya llevaba así varias horas.
No podía sacarse de la cabeza la petición que había recibido de su abuelo, ni la escena anterior donde Lillian casi lo besó.
Ambos eran eventos completamente distintos, pero por alguna razón resultaban igual de agotadores.
Para empezar, él sabía muy bien cuánto significaba su abuela para Helios y su madre.
Y como alguien con esposas propias, Abadón solo podía imaginar cómo se sintió su abuelo cuando la perdió, así como las medidas que estaría dispuesto a tomar para recuperarla.
Pero como le había dicho al dragón dorado antes, no estaba seguro de poder resucitar a Rhea Draven.
Para intentar hacer algo así significaría que tendría que morir de nuevo, y no podía hacer algo así por otro mes y medio.